lunes, 23 de noviembre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte V)

1. Vista del Real Sitio de Aranjuez (h. 1636), autor anónimo. Museo Nacional del Prado.

Después del retraso de la jornada a Aranjuez, el 16 de abril concluyó el carácter incógnito de la estancia de Valenzuela en Madrid y pudo dotar de dimensión pública a su presencia. Obtuvo permiso para residir en la Corte durante dos meses, recibiendo en ella el tratamiento como Capitán General del Reino de Granada. La licencia temporal había sido negociada por los partidarios de la Reina con Medinaceli y Villaumbrosa. Sin embargo, la duración limitada del permiso no engañó ni a los pretendientes ni a los mentideros de Madrid. Mariana de Austria había impuesto su criterio y comenzaba la elevación definitiva de su hechura. Un agente de negocios avisó que en este día "si vede che tutta la nobiltà concorre a Casa di Sua Eccellenza". Otros avisos indicaban que "abrió Valenzuela sus puertas y recibió visitas asistiendo a festejarle toda la grandeza de España exceptuando muy pocos. Unos de los cuales es el duque de Medinaceli, que ni aquel día, ni los siguientes le ha visitado, que ha vista de tantos ejemplares es admirable resolución". El Sumiller de Corps, como jefe de la cámara del Rey, expresó públicamente su oposición al retorno del favorito de la Reina. Según algunos escritos, Medinaceli consideraba que la Reina había incumplido su palabra real de mantener alejada a su hechura de la Corte. Con todo, Valenzuela volvía a ser árbitro del favor y se comentaba que por las noches se reunía con la Reina a despachar los negocios de la Monarquía.

Casi dos semanas después de entrar en Madrid en secreto, el Marqués de Villasierra logró que se accediese a sus instancias de besar la mano del Rey. El 18 de abril "arrivato Sua Eccellenza a Palazzo trovò pronto grande comitiva, e fatto il baccia mano alla Maestà del Re tutta la Corte cominciò a corteggiare et raccomandare le sue pretensioni alla protezione di Sua Eccellenza". Valenzuela besó la mano de Carlos II y en ese acto simbólico la Corte interpretó que el favorito recobraba la distribución de los oficios y mercedes de patronazgo real. Una vez realizada la ceremonia, se retiraron los obstáculos para la jornada a Aranjuez. A pesar del mal tiempo, los reyes partieron rumbo al real sitio el 20 de abril. Con todo, se extremaron las cautelas para reforzar las tropas en torno al Rey a causa de los temores persistentes de que don Juan maquinase alguna intentona. Valenzuela viajó en una carroza hacia Aranjuez acompañado de veinticinco soldados de la Guardia de los Monteros de Espinosa. En aquellos días circularon rumores de que se iban a proveer las jefaturas vacantes de las casas reales. Se daba por seguro que el puesto de Mayordomo Mayor del Rey se otorgaría al Condestable de Castilla, de modo que se contrapesase el poder del Duque de Medinaceli, opuesto al retorno de Valenzuela. Incluso algunos aventuraron que la plaza de Caballerizo Mayor de la Reina sería para Villasierra, si bien esta noticia no llegó a confirmarse.

Durante la estancia en Aranjuez la prioridad de doña Mariana fue que Valenzuela asentase su posición en el entorno del monarca, ganándose su favor. Los medios elegidos fueron los clásicos de aquellos que trataron de hacerse con el valimiento durante el siglo XVII ganándose el cariño del Rey: la caza, las comedias, las máscaras y otros entretenimientos se sucedieron en el Real Sitio. En los agasajos al soberano compitieron también los Grandes de España, como el Almirante de Castilla y el Condestable. A mediados de mayo se indicaba que "en una máscara que se hizo para alegrar al rey, después de la sangría, la primera pareja fue del Almirante y el Condestable, y la última de dicho Valenzuela y el conde de Aguilar". Villasierra volvía a brillar en las diversiones en los reales sitios, rodeado de Grandes de España, como había ocurrido al final de la minoría de Carlos II. El Conde de Aguilar, junto al Almirante de Castilla y el Marqués de Astorga, se acreditaban como firmes valedores del favorito de la Reina. El partido de los malcontentos criticaba que las diversiones de los reales sitios tuviesen lugar mientras las armadas y ejércitos de Carlos II sufrían duros reveses en Sicilia y Cataluña frente a Luis XIV.

La vía de acceso al favor del Rey que más utilizó Villasierra fue la dirección de comedias y festejos. Por otra parte, a finales de mayo, Valenzuela presentó  al Rey a su hijo natural, Juan Bautista Manuel de Valenzuela, que fue admitido como menino. Además, el Marqués de Villasierra obtuvo el privilegio de mantener el ejercicio del puesto de Capitán General de la Costa durante su asistencia en la Corte. Frente a los excesos y diversiones que Valenzuela había protagonizado durante su estancia en La Alhambra, en Aranjuez optó por un comportamiento devoto, quizá más afín a la piedad de la Reina, levantándose a las seis de la mañana para oír misa, confesándose y comulgando diariamente.

La jornada de Aranjuez fue la plataforma de ascenso de Valenzuela, ya que permitió a la Reina quebrar la resistencia de algunos aristócratas de la cámara del Rey a introducir a su hechura en la cercanía de Carlos II. Con todo, incluso en Aranjuez el Duque de Medinaceli persistió en su negativa a visitar a Valenzuela, respaldado por su hermano el Marqués de la Guardia.

Los avances de Valenzuela en la gracia de Carlos II pusieron de manifiesto el intento de doña Mariana de Austria de prolongar indefinidamente su control del gobierno de Corte. El favorito de la Reina trataba de transmutarse en el valido del Rey. Estaba maniobra implicaba la exclusión de un grupo relevante de aristócratas que había apostado en su servicio en la Casa del Rey para optar al favor del monarca durante su gobierno personal. Valenzuela pretendía acaparar la gracia de ambos reyes, siendo el único canal por el que circularían los oficios y mercedes del patronazgo regio. El partido de los malcontentos, liderado por el Duque de Alba y otros patrones cortesanos afines a don Juan José de Austria, comenzó a incrementar sus filas con aquellos que habían visto opciones de promoción gracias al alejamiento de Villasierra de la Corte, Comenzó a reanudarse con intensidad la  circulación de sátiras y panfletos, utilizados como instrumentos de lucha política. Junto a los manuscritos, se inició la producción de papeles impresos en los que se atacaba al gobierno de la Reina.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.



martes, 20 de octubre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte IV)

1. Don Juan Francisco de la Cerda, VIII Duque de Medinaceli y Sumiller de Corps de Carlos II; obra de Claudio Coello (h. 1670). Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Después de unos días de viaje desde Granada, el Marqués de Villasierra entró en Madrid el 5 de abril. Durante varios días permaneció en su casa de incógnito, es decir, sin admitir visitas públicas, aunque en la Corte ya se difundió la noticia de su presencia. En teoría esperaba que el Consejo de Guerra tramitase su petición de licencia para permanecer temporalmente en Madrid. A lo largo de una semana tuvo lugar un pulso entre la Reina y el entorno del Rey. Doña Mariana pretendía que se autorizase la presencia de Valenzuela en Madrid y se le permitiese presentarse públicamente en Palacio y besar la mano de Carlos II. A este intento se oponían aquellos que habían cooperado en la salida de Villasierra en diciembre. Se trataba de los principales beneficiarios de su alejamiento de la Corte. La oposición a su retorno la lideraba el triuvirato que formaban el Presidente del Consello de Castilla, Conde de Villaumbrosa; el Sumiller de Corps del Rey, Duque de Medinaceli; y el Secretario del Despacho Universal, Marqués de Mejorada. La toga, la espada y la pluma veían mermado su poder con la llegada del favorito de la Reina. Durante cuatro meses estos tres cortesanos habían dirigido en buena medida el gobierno de Corte, fortaleciendo y ampliando su capacidad de influencia. En marzo se comentaba que el Conde de Villaumbrosa, Pedro Núñez de Guzmán, era el único ministro que tenía frecuentes reuniones con el Rey. También el secretario Pedro Fernández del Campo aprovechó ese periodo para seguir promocionando a su extensa parentela en oficios públicos y dignidades eclesiásticas. Conviene tener presente que tanto la Presidencia del Consejo de Castilla como la Secretaría del Despacho Universal eran las instancias ministeriales más favorecidas de forma estructural por la ausencia de validos desde la muerte de don Luis de Haro en 1661. El poder de los letrados y la pujanza de la pluma se proyectaron sobre el despacho regio, contrapesando la influencia política de los Grandes de España en la dirección del gobierno de la Monarquía.

Junto a la toga y la pluma, el triunvirato se completaba con la espada, es decir, con la aristocracia de sangre. El Grande de España mejor situado en la confianza del Rey era el VIII Duque de Medinaceli, don Juan Francisco de la Cerda. Mediante el ejercicio del puesto de Sumiller de Corps desde noviembre de 1674, Medinaceli era la sombra de Carlos II, acompañándole desde que se levantaba hasta acostarse. Durante el año 1675 el Duque había acreditado su ascendiente en el ánimo regio, ingresando además en el Consejo de Estado. Tras la salida de Valenzuela, por fin encontraba un espacio propio en la Corte sin la injerencia directa del favorito de la Reina. A finales de diciembre de 1675 ya desplegaba su candidatura al valimiento de Carlos II. Como indicaba un consejero de Estado, Pedro Antonio de Aragón, tras una audiencia con los reyes Medinaceli se le acercó y "hablome como valido, y según lo que entiende se puede persuadir a que lo es". El favor del monarca auspiciaba el ascenso al valimiento. "El Rey le muestra cariño y confianza", indicaba Pedro Antonio de Aragón, quizás recordando su íntima cercanía con el malogrado príncipe Baltasar Carlos. Por enotnces, Medinaceli aspiraba a consolidar su elevación mediante la creación de una Junta de Estado compuesta de tres miembros: el Conde de Peñaranda, presidente del Consejo de Italia, el cardenal Pascual de Aragón, cardenal-arzobispo de Toledo, y él mismo. De este modo, el Duque trataba de fortalecer su posición en la Corte, cerrando tanto el paso a don Juan y Valenzuela, como al Conde de Villaumbrosa y el Marqués de Mejorada. Sin embargo, el plan de la junta se desvaneció por el rechazo del Cardenal. Durante el año 1676 fue constante la disyuntiva entre el modelo de la Junta de Estado con tres miembros y la opción por la figura de un Primer Ministro.

En enero de 1676 el Duque de Medinaceli veía con recelo la alianza política entre el Presidente del Consejo de Castilla y el Secretario del Despacho Universal, quienes mantenían frecuentes reuniones nocturnas. Al mismo tiempo, el Sumiller tenía que velar por mantener alejado de la Corte a Valenzuela. Según el Duque, éste era un "pícaro" y lamentaba que se hubiese quedado en España, "pero no se había podido más". Medinaceli utilizaba todo su ascendiente con el joven Rey para influirle en aborrecer a Valenzuela y don Juan. En febrero continuó la pugna entre el Sumiller de Corps, constante en la máxima de mantener a Valenzuela en el ostracismo, frente a los dos jefes de la Casa de la Reina, partidarios de su regreso. Tanto el Almirante de Castilla, caballerizo de la Reina, como su mayordomo mayor, el Duque de Alburquerque, realizaron gestiones respaldando el intento de doña Mariana de recuperar a su favorito. En el ámbito de las casas reales la cámara del Rey era el núcleo de la resistencia contra estos designios. Para los aristócratas que ostentaban la confianza de Carlos II, el retorno de Valenzuela equivalía a la incertidumbre y riesgo de precipicio. La muerte del Duque de Alburquerque el 26 de marzo fortaleció de forma paradójica a doña Mariana, ya que la mayoría de los aristócratas del Consejo de Estado ambicionaban el puesto de Mayordomo Mayor del Rey, y mientras durase la vacante se mostraban cautos en oponerse abiertamente a la Reina.

Durante la primera quincena de abril de 1676 Villaumbrosa, Mejorada y Medinaceli sumaron sus fuerzas para tratar de neutralizar la amenaza del regreso de Valenzuela a palacio. Los tres emplearon su influencia con Carlos II con el fin de bloquear las instancias de la Reina.  Con todo, incluso estando de incógnito, Valenzuela comenzó a sumar aliados entre la aristocracia cortesana. Tanto el Marqués de Astorga, que había sido Virrey de Nápoles, como el Conde de Aguilar, que tenía el mando del regimiento de la guarda del Rey, comenzaron a frecuentar su casa, al igual que el Almirante de Castilla. Por entonces, Valenzuela estaba acompañado constantemente por sus clientes, como José del Olmo y su sobrino Lucas Blanco, Alonso Guerrero, militar del regimiento de la Chamberga, Francisco Montero, jardinero mayor del Real Sitio de La Zarzuela, y Pedro Ribera, conductor de embajadores.

Con la llegada de la primavera, la Corte esperaba la tradicional jornada de los Reyes a Aranjuez para disfrutar de sus jardines y arboledas. La llegada de Valenzuela a Madrid había alterado los planes previstos. Desde su casa se solicitó licencia para besar la mano de los Reyes. La Reina apoyaba estas peticiones, pero Carlos II se resistió a acceder. La estrategia del Duque de Medinaceli consistió en que el Rey saliese de Madrid rumbo a Aranjuez, alejándolo de Valenzuela. Sin embargo, doña Mariana volvió a utilizar uno de sus recursos más frecuentes en coyunturas de tensión faccional, alegando que estaba indispuesta. Con el pretexto de su jaqueca pretendió posponer la jornada a Aranjuez, para obtener así más tiempo con el objetivo de someter la voluntad de su hijo. Carlos II forcejeó por mantener la salida, adelantando los preparativos y ordenando que partiese la caballeriza hacia el real sitio. El pulso continuaba dada la resistencia ofrecida por el Duque de Medinaceli y el Presidente del Consejo de Castilla a aceptar al entrada pública de Valenzuela en el Real Alcázar. Se sucedieron frecuentes reuniones del Sumiller de Corps con Jerónimo de Eguía, secretario de la Reina y comisionado por ésta para negociar un acuerdo. Finalmente, el 15 de abril el Rey cedió a las súplicas de su madre y aceptó retrasar la jornada a Aranjuez, admitiendo el argumento de que las copiosas lluvias y nieve embarazaban el desplazamiento. Esta resolución se interpretó en la Corte como la señal inequívoca de que doña Mariana imponía de nuevo su criterio en la Corte. Los aristócratas de la cámara del Rey volvían a fracasar en su intento de mantener la autonomía de Carlos II en la toma de decisiones que permitiese desplegar su influencia política.


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Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

martes, 6 de octubre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte III)

1. Palacio de la Alhambra, residencia de Fernando de Valenzuela durante su estancia en Granada.

A principios de 1676 Valenzuela llegó a Vélez Málaga, "a servir el Puesto de Capitán General de la Costa", como indicó en una carta dirigida al nuevo Duque de Pastrana, don Gregorio de Silva y Mendoza. En febrero y marzo residió en la ciudad de Granada ejerciendo el puesto de Capitán General de la Costa y Reino de Granada. El Marqués de Villasierra, como sus predecesores en el cargo, se albergó en el Palacio de La Alhambra. Durante las semanas que permaneció en Granada la tensión política se incrementó de forma sustancial en la ciudad. Valenzuela se enfrentó con el regimiento de la ciudad y con la Chancillería por cuestiones de tratamiento. No era nuevo que los capitanes generales chocasen con la Chancillería y el gobierno municipal por distintos motivos, incluida la superioridad municipal. En estas urbes los poderes togado, municipal, eclesiástico y militar rivalizaban por la precedencia, de acuerdo con los paradigmas consustanciales a las sociedades del Antiguo Régimen. En el caso de Valenzuela, el factor novedoso consistió es la ostentación pública del favor de la Reina.

Desde su estancia en Granada, se hizo manifiesta una nueva prioridad en la trayectoria de Valenzuela: la pugna por la preeminencia. Valenzuela había disfrutado en los últimos años de la minoría de edad de Carlos II de un poder cada vez más amplio. Había mediado en la provisión de puestos y mercedes, convirtiéndose en un elemento decisivo en la canalización del patronazgo regio. En un principio sus gestiones eran más o menos ocultas, dando lugar al apelativo de "duende" por el misterioso origen de la influencia en las decisiones de la Regente y por frecuentar a horas tardías la cámara de doña Mariana. Entre 1671 y 1672 Valenzuela era conocido sobre todo entre los negociantes y pretendientes del Real Alcázar, además de por los embajadores y representantes diplomáticos a los que trataba por su oficio de conductor. Desde 1673 comenzó su ascenso más público, en el ámbito de las casas reales. Entre 1674 y 1675 asumió su papel protagonista en la distribución del patronazgo regio. En su trayectoria en 1676 prevaleció el objetivo de pasar de ser árbitro de las mercedes a tener un cometido decisivo en la dirección política de la Monarquía. Valenzuela pretendía trasladarse de la esfera de patronazgo a la del gobierno universal. No bastaba con tener poder, sino que aspiraba a revestirlo de autoridad. Hasta entonces, los aristócratas, ministros y pretendientes identificaban a Valenzuela con la figura del medianero y conseguidor, un trujamán encumbrado por el favor de la Reina. Era la vía del oro, que le permitió lucrarse y acumular un patrimonio considerable. Pero desde noviembre de 1675, cuando recibió el título de Marqués, aspiraba a priorizar el honor sobre el útil. En 1676 la vía del oro se eclipsaba, mientras ascendía la retórica del servició a los reyes. El medianero del favor, optaba al ministerio supremo. El pícaro, como se le caricaturizaba en numerosos escritos, podía llegar a transformarse en primer ministro de la Monarquía.

La paradoja de esta metamorfosis era la debilidad latente de la posición de Valenzuela. El duende dependía del poder de su señora, la reina Mariana. Durante la minoría de edad del Rey, la Reina gobernadora asesorada por la Junta de Regencia tenía plena capacidad legal para ejercer la soberanía. El testamento de Felipe IV era la piedra angular del sistema de la Regencia. La Reina gobernadora, tutora y curadora, pero su posición jurídica era sólida frente a los intentos de don Juan José de Austria. A partir del 6 de noviembre de 1675 la situación había cambiado de forma irreversible. Aunque doña Mariana se hubiese impuesto en el pulso faccional, Carlos II ya era mayor de edad y comenzaba su gobierno personal. La prolongación de la labor de la Junta de Regencia y de los poderes de la Reina tan solo enmascaraban el hecho objetivo de que llegaban nuevos tiempos, en los que más tarde o más tarde se impondrían el soberano y su entorno. Desde la creación de la Casa del Rey en diciembre de 1674, se había configurado en torno a la cámara un partido del monarca, tejido en la complicidad cotidiana de Carlos II con su Sumiller de Corps, el VIII Duque de Medinaceli, y algunos de sus gentileshombres de cámara. Eran los "amigos" del Rey. Aristócratas interesados en las oportunidades que se habría con la mayoría de edad. La misma dinámica que había gestado valimientos cuando Felipe III y Felipe IV eran príncipes. El partido del Rey consideraba a Valenzuela un instrumento para obtener mercedes, una anomalía que quedaría atrás cuando Carlos II comenzase a tomar las decisiones por sí mismo. En 1676 cuando tuvo lugar el conflicto abierto entre el partido de la Reina y los hombres de confianza del Rey, a beneficio de terceros situados en la oposición política, como don Juan José y sus partidarios.

Cuando la tensión había alcanzado cotas máximas en Granada, el Marqués de Villasierra abandonó la ciudad pata regresar a la Corte, con el pretexto de recoger a su esposa. Con la entrada de incógnito de Valenzuela en Madrid a principios de abril de 1676 se inició un periodo decisivo en el reinado de Carlos II. La "execrable elevación" de Valenzuela como la denominaron los Grandes de España, duró ocho meses. En ese periodo se pusieron a prueba los mecanismos estructurales del gobierno de Corte. El Real Alcázar y los reales sitios se convirtieron en un laboratorio en el que se ensayaron diversas fórmulas políticas. Su interés radica en la versatilidad y complejidad del proceso que llevó a Valenzuela a ejercer el puesto de Primer Ministro, y en las fuerzas sociales que se movilizaron para acabar con el poder de la reina doña Mariana de Austria.

Fernando de Valenzuela era el favorito de la Regente, pero no gozaba de la gracia de Carlos II. A partir de abril de 1676 el diseño de doña Mariana fue reforzar el papel de Villasierra en las casas reales, como paso previo a su acceso al ministerio supremo.

A finales de marzo circulaban por la ciudad de Granada multitud de rumores sobre una posible partida del Capitán General. Valenzuela se ocupada de instrumentalizar estos rumores para desorientar la opinión común, dado que su criado más afín, Nicolás Ibáñez de Zabala, difundió la especie de que el destino era Cádiz, mientras que otros comentaban que regresaría a Vélez. El 27 de marzo a medianoche salió en caballo el Marqués de Villasierra del Palacio de La Alhambra, acompañado de su capellán y un séquito reducido, compuesto por sus cuatro criados, cuatro militares y seis soldados. Al día siguiente dos carrozas cargadas con su equipaje partieron del palacio hacia Madrid, siguiendo la ruta de Jaén. El destino de Villasierra era la Corte. Se llevaban todos sus vestidos y ropa "sin dejar en la ciudad ni un clavo", así como los animales de su caballeriza. El Capitán General no preveía regresar en una plazo corto a su destino militar en La Alhambra.

La ciudad de Granada amaneció inundada de especulaciones. ¿A dónde se dirigía Villasierra? Al confirmarse que el destino era Madrid, las conversaciones se centraron en el porvenir del conflictivo Marqués. Unos pensaban que intervendría en una junta sobre los enfrentamientos que habían tenido lugar con la Chancillería y el cabildo municipal, otros que ayudaría a preparar la jornada real a Aranjuez, y no faltaban quienes que consideraban que podía optar a la mayordomía mayor del Rey, dado que su titular, el Duque de Alburquerque estaba moribundo. El destino de Valenzuela en los mentideros granadinos se asociaba con los reales sitios y las jefaturas de las casas reales.

A mediados de marzo ya circulaban por Madrid rumores sobre la posible concesión a Villasierra de una licencia de dos meses para acercarse a la Corte. Durante los tres meses y medio de ausencia la Reina continuó guardando las espaldas a su criatura en el Real Alcázar y procurando su retorno. Ya desde finales de enero los negociantes advirtieron cómo doña Mariana retrasaba adoptar resoluciones en asuntos relevantes, como la promoción de nuevas Grandezas de España,a la espera de conocer el criterio de Valenzuela. Desde el Reino de Granada Valenzuela tejió una red de apoyos en el seno de la aristocracia cortesana que le permitiría sostener la opción del regreso.

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Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte II)

1. Carlos II a los 14 años (h. 1675), obra de Juan Carreño de Miranda. Fundación BBVA.

Como vimos en la anterior entrada, Valenzuela había entrado en 1674 en el Consejo de Italia con el cargo de "Juez Conservador del Real Patrimonio de Italia". Los oficios del Consejo de Italia vinculados con la hacienda y la gestión de ingresos se encontraban entre los más valorados y demandados. Por otra parte, Valenzuela había nacido en Italia, hablaba perfectamente el italiano y había viajado por Roma, Nápoles y Sicilia durante su infancia y juventud. Es significativo que en julio de 1675 se preocupase por obtener de forma perpetua en su casa y sucesores esta plaza de consejero, pretendiendo vincular en el futuro el destino de su familia con el gobierno de Italia. Los embajadores italianos dieron cuenta del carácter extraordinario de este privilegio y de la posición del Consejo de Italia, doblegada por la determinación de Mariana de Austria. Así se expresaba el embajador veneciano: "A Don Fernando Valenzuola è stata concessa la piazza del Consiglio d'Italia a perpetua discendenza della Sua Casa, con facoltà di ponere sostituto; insolita è la mercede, alla quale vorrebbe resistere quel Consiglio, se dispotica non fosse riconsciuta la sovrana autorità". El Conde de Peñaranda, Presidente del Consejo, se tuvo que plegar a la voluntad de la Regente. Como en otros cargos, Valenzuela se preocupó por obtener la posibilidad de nombrar teniente o sustituto interino en caso de ausencia.

A pesar de su ascenso en la Corte, Valenzuela siguió frecuentando las sesiones del Consejo de Italia en 1675, salvo que sus ocupaciones en los Reales Sitios le impidiesen asistir por estar acompañando a la Reina y Carlos II. En las reuniones del Consejo eludía realizar votos particulares, a diferencia de algunos de sus colegas. Se limitaba a estar plenamente informado sobre personas y asuntos, evitando singularizarse. Este planteamiento era sin embargo lógico por su condición de favorito de la Reina Regente. Valenzuela podía desplegar su influencia en el despacho de las consultas del Consejo, cuando la Reina optaba entre los nombres propuestos en las ternas o resolvía los negocios.

Después del verano de 1675, cuando la privanza de Valenzuela se hizo más evidente y se había convertido en el asunto primordial de muchos avisos de Corte, éste mantuvo su asistencia a las sesiones del Consejo de Italia. Se acercaba la mayoría de edad del Rey y, por tanto la inquietud predominaba entre los más destacados exponentes del partido de la Reina, quienes optaron por resguardarse de forma preventiva obteniendo nuevas mercedes y privilegios antes del cumpleaños de Carlos II en noviembre. En este contexto, Valenzuela obtuvo en noviembre un título de Castilla, el de Marqués de la villa de San Bartlomé de Villa-Sierra, si bien ya desde mayo se comentaba en la Corte que le habían concedido el Marquesado de San Bartolomé de los Pinares. Durante los días previos a la mayoría de edad del monarca, el 6 de noviembre, un grupo influyente de la cámara del Rey y cortesanos vinculados a los Guzmán y Haro, es decir, a los antiguos gobiernos del Conde-Duque de Olivares y don Luis de Haro, promovió un intento de finalizar con el poder de la reina doña Mariana a través de la presencia en palacio de Juan José de Austria. Éstos consiguieron burlar el control que Valenzuela y la Reina ejercían sobre el joven Carlos II convenciendo a éste para que llamase a la gobernación a su hermano don Juan. Éste recibió una orden del Rey solicitando su presencia en la Corte el día 6 de noviembre, fecha de su cumpleaños: "Día seis, juro y entro al gobierno de mis Estados. Necesito de vuestra persona a mi lado para esta función y despedirme de la Reina, mi Señora y madre. Y así miércoles, a las diez y tres cuartos os hallaréis en mi antecámara, y os encargo el secreto"

El 6 de noviembre don Juan, según lo acordado, llegó al Real Alcázar de Madrid entre los vítores y alabanzas del pueblo. Pronto acudió a su cita, pues la entrevista con el monarca estaba fijada para poco antes de las once de la mañana. Conducido por el Conde de Medellín a través de las habitaciones reales, entró en la cámara del Rey donde se produjo el encuentro entre los dos hermanos y en el que seguramente se intercambiaron palabras de agradecimiento y compromiso. La hora de la misa a la que iban a asistir todos los Grandes interrumpió la entrevista; Carlos indicó a su hermano que se dirigiera al Palacio del Buen Retiro y que esperara sus órdenes. Acto seguido se dirigió a la Capilla de Palacio. Doña Mariana, que no se encontraba allí, seguramente enferma por la mala noche pasada y los nervios de la llegada de don Juan José, se había excusado y recluido en sus habitaciones en espera de lo que pudiera suceder. Tras la misa y el “Te Deum”, Carlos II se dirigió hacia la cámara de su madre para recibir la felicitación por su catorceavo cumpleaños. Doña Mariana reprendió a su hijo por su comportamiento infantil y desobediente y al final de la reunión entre madre e hijo, con claros síntomas en el rostro de la tensión vivida y de las lágrimas vertidas, Carlos II dió marcha atrás en su decisión de amparar a su hermano don Juan y, por recomendación de su madre, le ordenó que marchase con destino a Mesina (Sicilia) aduciendo que ese era el mayor servicio que podía prestar a su real persona. La decepción de don Juan José debió de ser grande cuando recibió aquella misiva, sin duda, el Rey se había dejado influenciar por su madre; poco podía hacerse tras aquel comunicado, pues en la voluntad del monarca empezaba y acababa toda esperanza política.

A pesar del fracaso, la nobleza cortesana y la cúpula ministerial trataron de rentabilizar el alejamiento de don Juan neutralizando también al favorito de la Reina. El intento de quienes gozaban de una posición clave en la cámara del Rey y en los Consejos era claro. Ni don Juan, ni Valenzuela. 

A mediados de noviembre de 1675 el Marqués de Villasierra fue nombrado embajador en la República de Venecia, un cargo que nunca llegaría a ejercer y que suponía una cortina de humo montada por la Reina Regente para calmar a los descontentos. La Corte de Madrid era un hervidero de rumores sobre la eventual salida del favorito. El VIII Duque de Medinaceli, don Juan Francisco de la Cerda, y otros miembros relevantes del partido del Rey, articulado en torno a la cámara, ejercieron la máxima presión para alejar a Valenzuela de la Corte. En este ambiente de confusión y pugna faccional, Valenzuela envió una carta al secretario de la negoaciación de Nápoles, Juan Antonio de Zárate, para justificar su ausencia de las sesiones del Consejo de Italia:

"Señor mío, las prevenciones de mi viaje me han embarazado poner a los pies del Consejo participándosele, y así me valgo de este medio para que V.S.  represente mi rendimiento en todas partes, y pidiéndole licencia para la partida. Guarde Dios a V.S. muchos años como deseo. Madrid, y Diciembre 11 de 1675. Besa la mano de V.S. El Marqués de Villa Sierra".

Valenzuela ocultaba en su misiva el destino final de su jornada. El 12 de diciembre partió de la Corte. En su sesión del 16 de diciembre, el Conde de Peñaranda y el resto de regentes togados del Consejo de Italia se dieron por enterados de la licencia solicitada para salir de Madrid. Lo más probable es que Valenzuela no volviera a intervenir nunca en el Consejo de Italia. Siguió siendo consejero y la plaza quedaba vinculada a su Casa. Tras pasar unos meses en el Reino de Granada, Valenzuela regresó a la Corte. Pero su nuevo destino no era ser el último de un consejo territorial, sino dirigir el gobierno universal de la Monarquía.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.



domingo, 13 de septiembre de 2015

Fernando de Valenzuela, un valido advenedizo (Parte I)

1. Fernando de Valenzuela y Enciso, obra de Juan Carreño de Miranda (h. 1660). Museo Lázao Galdiano.

Fernando de Valenzuela y Enciso nació en Nápoles en enero de 1636, dentro del seno de una familia hidalga de Ronda. Era hijo de Francisco de Valenzuela  y de Leonor de Enciso y Dávila. Según reza un testimonio de la época: “Fue el padre de don Fernando Valenzuela, de Ronda, ciudad del reino de Granada, de casa sino contada entre las mas ilustres, no confundida entre las oscuras (…)”. Fue bautizado en la Parroquia de Santa Ana de Palacio de Nápoles el 17 de enero de 1636, ciudad en donde se hallaba asentada su familia por aquel entonces. Fueron sus padrinos dos ilustres vecinos de la ciudad: Sancho Martínez de Leyva y Mendoza, I Conde de Baños y Victoria de Aragón de Apiano.

A la edad de doce años, y estando de regreso con su familia en Madrid, pasó a formar parte del servicio de Rodrigo Díaz de Vivar y Hurtado de Mendoza, VII Duque del Infantado, embajador en Roma y Virrey de Sicilia, quien lo llevó a este último destino nombrándole paje de guión. Tras un intento, fracasado, de hacer carrera en la milicia en Nápoles, viajó nuevamente a Madrid donde contrajo matrimonio en 1661 con María Ambrosia de Ucedo, moza de cámara de la reina doña Mariana de Austria. Ese mismo año obtuvo, gracias a dicho matrimonio, el puesto de caballerizo de la Reina.

Tras la expulsión del padre confesor y valido de la Reina Juan Everardo Nithard en 1669 a consecuencia del pronunciamiento de don Juan José de Austria, Valenzuela fortaleció su posición en la Corte de Madrid. En mayo de 1671 fue nombrado, de forma interina, conductor de embajadores, en ausencia del propietario de la plaza, Manuel Francisco de Lira, quien se había trasladado a las Provincias Unidas como enviado extraordinario. En marzo de 1673 consiguió el cargo de primer caballerizo de la Reina. En 1674 consolidó su poder en una doble vertiente, la canalización del patronazgo y el acceso al ministerio. Por un lado, su nombre apareció de forma cada vez más frecuente en los despachos de los embajadores y agentes que negociaban en la Corte, identificándole  como una figura influyente capaz de avanzar la tramitación de gestiones y que mediaba en la provisión de oficios y mercedes. Por otro, Valenzuela no se conformó con su papel relevante en el gobierno doméstico de la Casa de la Reina, sino que se implicó en la administración de la Monarquía.

A principios de 1674 Valenzuela decidió desembarazarse del puesto de conductor de embajadores. Esta plaza había sido durante casi tres años una plataforma en su carrera cortesana, pero se había convertido en un lastre para sus aspiraciones de acceder a nuevos cargos en el ámbito de las casas reales y los consejos. Inicialmente, se limitó a proponer un teniente para el ejercicio del cargo, Francisco de Olivares. Poco después, en febrero Valenzuela renunció al puesto interino de conductor, alegando achaques de salud que le impedían montar a caballo en los actos públicos. Previa consulta del Consejo de Estado, la Reina admitió esta renuncia, declarando que se recompensarían sus méritos. El nuevo conductor interino de embajadores, Pedro de Ribera, así como el teniente, eran clientes de Valenzuela.

En junio de 1674 tuvo lugar la promoción de Valenzuela a la esfera ministerial de los Consejos. El 4 de junio la Reina Regente le nombró "Juez Conservador del Real Patrimonio de Italia", con asiento y preeminencias de consejero de capa y espada en el Consejo de Italia, y con los mismos gajes y emolumentos que el resto de los consejeros. El conservador tenía voto en las materias de hacienda y gracia, pero no es las de justicia. Estaba obligado a llevar razón y cuenta del Patrimonio Real y la hacienda en Italia, supervisando la continuación de tres libros que se ocupaban del patrimonio y hacienda; de las mercedes, pensiones, entretenimientos y ayudas de costa; y de los pagos en Italia por vía del  Consejo de Hacienda y los asientos con mercaderes.

La asistencia a las sesiones del Consejo de Italia fue esencial en la formación de Valenzuela como ministro y su conocimiento de las materias del gobierno universal de la Monarquía, Desde junio de 1674 su rúbrica apareció con asiduidad tanto en las consultas como en los despachos tramitados por el Consejo de Italia. La señal "Valenz. Consº." figura en los despachos reales expedidos en diferentes fechas en los meses posteriores a su nombramiento. Incluso se entrometió en negocios de justicia que estaban excluidos de sus competencias. De este modo, se familiarizó con los negocios de hacienda, justicia, guerra y gobernación, tanto del Estado de Milán como de los reinos de Nápoles y de Sicilia. EN el Consejo de Italia conoció de primera mano la complejidad de diversos asuntos, desde las implicaciones políticas de la Guerra de Mesina (1674-1678) hasta el auge del proceso de venalidad de magistraturas y plazas ministeriales en los tribunales supremos de Nápoles y Milán, Napolitano de nacimiento, Valenzuela hablaba con soltura italiano. Su participación en las sesiones del Consejo de Italia entre 1674 y 1675 fue determinante para articular algunas de sus prioridades cuando comenzó a ejercer la labor de primer ministro de la Monarquía.

CONTINUARÁ...


Fuentes:

1. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Precedencia y dirección del Gobierno. El ascenso ministerial de Fernando de Valenzuela en la Corte de Carlos II" en García García  Bernardo J. y Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "Vísperas de Sucesión. Europa y la Monarquía de Carlos II". Fundación Carlos de Amberes, 2015.

2. Luque Talaván. Miguel: "La inconstante fortuna de Fernando de Valenzuela y Enciso. Su destierro en las islas Filipinas y los últimos años en la ciudad de México (1678-1692)". Archivo Agustiniano, XCV (2011), 213-244.

domingo, 12 de julio de 2015

Carlos II y el dogma de la Inmaculada Concepción (Parte IV y Final)

Fig. 1. Carlos II y Mariana de Neoburgo adorando a la Virgen de la Almudena, obra de Basilio de Santa Cruz Puma Callao (1698). Catedral de Cuzco (Perú).

El rechazo de Luis XIV disipó las esperanzas de lograr la definición del misterio. En marzo de 1700 la Junta aconsejó al Rey que el nuevo embajador en Roma, el Duque de Uceda, renovase sus instancias a favor de la declaración del dogma, aunque sus miembros eran conscientes del revés que suponía el posicionamiento de Luis XIV. El deterioro de la salud de Carlos II coincidió con el progresivo olvido de su causa. En vida del Rey no se llegó a culminar aquel particular servicio a la Reina del Cielo y tampoco el monarca obtuvo la singular merced de asegurar la sucesión mediante el nacimiento de un hijo.

En su testamento, cuya versión definitiva rubricó el 2 de octubre de 1700, Carlos II no olvidó la devoción paterna ni propia a la Inmaculada. En la cláusula segunda el Rey mostraba su confianza en la Virgen como abogada de los pecadores y medianera para obtener favor y gracia de la divinidad. Carlos II declaraba su devoción:

"al soberano y extraordinario beneficio que recibió de la poderosa mano de Dios, preservándola de toda culpa en su Inmaculada Concepción, por cuya piedad de hecho con la Sede Apostólica todas las diligencias que he podido para que así lo declare, y en mis reinos he deseado y procurado la devoción de este misterio y en conformidad de lo que ordenó el Rey mi señor, mi padre, la he mandado llevar en mis estandartes reales como empresa; y si en mis días no pudiera conseguir de la Sede Apostólica esta decisión ruego muy afectuosamente a los reyes que me sucedieren, que continúen las instancias que en mi nombre se hubieren hecho con grande aprieto hasta que lo alcancen de la Sede Apostólica".

Fig. 2. Estandartes Reales con la imagen de la Inmaculada Concepción.

Este artículo del testamento de Carlos II era muy similar a la declaración inmaculista que incluyó su padre en sus últimas voluntades.

El príncipe que heredase la Monarquía de España no sólo debía mantener su planta de gobierno y sus constituciones, y preservar su unidad; además, era el depositario de la "pietas hispanica" y recibía un legado de devoción eucarística y de fe en el misterio de la Inmaculada. Tras la muerte de Carlos II, los clérigos de su entorno recordaron a Felipe V esta obligación. En septiembre de 1702 Felipe de Torres escribía al Marqués de Ribas, secretario real:

"Hallándose el Rey Nuestro Señor (que está en el cielo) en su última enfermedad, me mandó instado de una Sierva de Dios acordase a Su Majestad de cuando en cuando pidiese a Su Santidad declarase por artículo de fe el misterio de la purísima Concepción de la Virgen Santísima Nuestra Señora concebida sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser natural [...] habiendo heredado el Rey Nuestro Señor (Dios le guarde) no sólo su Reino sino también la devoción a esta divina señora, haciéndola su Abogada de que tan buenos principios se han visto en sus victorias".

Por ello concluía "que su Majestad ejecute lo que no pudo continuar Su Majestad (que está en el cielo)". Cuando Felipe V intentó impulsar la declaración del misterio en 1706 se encontró con dos obstáculos: por un lado, la Junta recordó al Rey que había sido su abuelo quien bloqueó la ofensiva inmaculista en 1699; por otro, el deterioro de las relaciones entre Felipe V y el Papa tras el hundimiento del partido borbónico en Italia convertía en inviables tales pretensiones,

El 1 de noviembre de 1700 fallecía Carlos II. Dejaba de ser el centro de la Corte católica y la cabeza del cuerpo de la Monarquía de España. En su testamento declaraba que fiaba su salvación en la mediación de sus abogados en la Corte celestial. La devoción del Rey estaba depositada en san Miguel Arcángel, el Ángel y Ángeles Santos de su guarda, los santos Apóstoles san Pedro, san Pablo, Santiago, patrón de España, san Carlos y san Felipe, santo Domingo, san Benito, san Francisco y santa Teresa de Jesús, "de quien me he mostrado con tan particulares demostraciones devoto, Santos mis abogados, y a todos los demás de la corte celestial, interceden por mí con Dios y Señor al mismo fin, y para que me dé gracias eficaz para que yo me duela de mis pecados de todo corazón y con todas las verás de él, ame a este Señor y Dios mío que tanto merece ser amado". La vida de Carlos II había transcurrido entre dos esferas cortesanas: la Corte del Rey, que había pretendido ser santa y era el corazón de la Monarquía de España, y la Corte celestial, en la que se juzgaban las almas. El monarca era un pretendiente cuya alma deseaba medrar antes la divinidad. Su devoción católica y los actos de piedad estaban orientados a ganarse el favor en la Corte celestial: la mediación de la Inmaculada y de los santos debería permitirle lograr la salvación eterna del alma en el cielo, y la sucesión al trono y la conservación de la Monarquía de España en la tierra.

FIN

PD: Felipe V invocaba a la Virgen como abogada y patrona de sus reinos y declaró a la Inmaculada patrona de la Infantería. En 1732 solicita al Papa la definición dogmática. Fundó la Universidad de Cervera y coronó su edificio con una imagen de bronce de la Inmaculada Concepción. Los documentos oficiales llevban también la imagen de la Virgen Inmaculada.

A instancias del rey Carlos III, el Papa Clemente XIII, por Breve de 8 de noviembre de 1760, confirma este Patronato de María en todos los dominios de España; manda que todo el clero, secular y regular, celebre la fiesta de la Inmaculada Concepción bajo el rito doble de primera clase. De 1761 es la Bula Quum Primum de Clemente XIII, sobre el oficio y misa de la Inmaculada. El rey, accediendo a los deseos manifestados por las Cortes, tomó como universal Patrona de toda la Monarquía a la Santísima Virgen en su Inmaculada Concepción.

Clemente XIII autoriza que en la Letanía lauretana, después de decir "Mater intemerata", se añada "Mater inmaculata". Más tarde el Romano Pontífice Gregorio XVI, a instancias del Cardenal Arzobispo de Sevilla, concedió que en la misma Letanía se diga "Regina sine labe original concepta".

En 1854 por la Bula Ineffabilis Deus Pío IX, define el Dogma de la Inmaculada Concepción de María. El Concilio Vaticano II confirma que la plenitud de gracia de la Virgen no se puede separar de su maternidad virginal: María es Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo. Dios la había elegido desde la eternidad para ‘encarnarse’ y por eso la santificó desde el momento de su generación por una especial cooperación del Espíritu Santo.

Fuentes:

* Álvarez-Ossorio Alavariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en Ribot, Luis (dir.) "Carlos II. El rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

domingo, 5 de julio de 2015

Carlos II y el dogma de la Inmaculada Concepción (Parte III)

Fig. 3. Mariana de Austria entrega la Corona a Carlos II, grabado obra de Pedro de Villafranca (1672). BNE, Madrid. Sobre la cabeza del rey-niño se observa un cuadro o cartela con una Inmaculada y la inscripción "patrona hispaniae".
En noviembre de 1675 Carlos II alcanzó la mayoría de edad y comenzó en términos legales su gobierno personal según establecía el estamento de Felipe IV, aunque su madre continuó en verdad dirigiendo la Monarquía apoyada en el advenedizo don Fernando de Valenzuela. La Junta de la Inmaculada felicitó al soberano, asociando la promoción de la Purísima Concepción a la conservación de la Monarquía. A principios de 1677 el acceso de don Juan José de Austria al ministerio señaló una progresiva moderación en los conflictos con Roma por la pía opinión, manteniéndose las gestiones de forma discreta durante tres lustros hasta que la Inmaculada volvió a adquirir un papel clave entre las prioridades espirituales del Rey Católico.

Al igual que había ocurrido durante los reinados de su padre y su abuelo, los últimos años de Carlos II estuvieron encaminados a promover en Roma la definición dogmática del misterio inmaculista. La maltrecha salud del Rey, la ausencia de sucesión directa al trono y la guerra abierta con Francia en Europa propiciaron un nuevo impulso a la devoción mariana. Desde la perspectiva del entorno del Rey, la Inmaculada era la abogada de la Monarquía de España en la corte celestial. Si se obtenía la definición por el Papa, la Virgen María recompensaría este servicio mediando ante la divinidad para conseguir las ansiadas mercedes: el nacimiento de un heredero y la conservación de la integridad territorial de la Monarquía. Sucesión y conservación eran el norte de la piedad del Rey, el cual como un Nuevo Salomón multiplicaba sus actos devotos en exaltación de los misterios de la Fe Católica en las postrimerías de su reinado.

Fig. 2. Carlos II junto a su segunda mujer, Mariana de Neoburgo, y su madre, Mariana de Austria, adorando a la Virgen de la Almudena. Autor anónimo (h. 1690). BNE, Madrid.

Entre 1693 y 1699 la Inmaculada se convirtió en el eje de las instancias al Papado por parte del Rey de España. En 1693 la publicación de un breve de Inocencio XII en el que se disponía el rezo del misterio de la Concepción con octava de precepto con carácter doble de segunda clase en la Iglesia Católica avivó las expectativas de la familia real. En diciembre de 1695 Carlos II se implicó personalmente en el impulso a la definición dogmática. El Rey escribió al cardenal Luis Fernández de Portocarrero, presidente de la Junta de la Inmaculada y Arzobispo de Toledo, que:

deseando continuar el fervoroso celo con que los señores Reyes mi Padre y Abuelo (que están en gloria) solicitaron el mayor culto de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, para obligar por medio de su auxilio a que su hijo Santísimo mire con piedad las presentes necesidades de esta Monarquía, ordeno a la Junta de la Concepción me informe del estado que actualmente tiene este Soberano misterio, y de los medios de que se podrá usar para adelantarle hasta su última definición, esperando que no omitirá reflexión ni diligencia que conduzca a fin tan importante y de mi primera devoción.

En 1696 el interés del monarca y las gestiones del IX Duque de Medinaceli en Roma, obtuvieron nuevos logros. La Congregación de los Ritos aprobó la aplicación del título de "Inmaculada" a la Concepción de la Virgen. En la Corte pontificia se movilizaron los cardenales afectos a la Corona española, entre los que destacaba el cardenal Francesco del Giudice, que contrarrestaban la animadversión de los dominicos a la pía opinión.

Desde Roma, el febrero de 1698 el cardenal José Sáenz de Aguirre expuso al Rey la estrategia para conseguir la definición del misterio de la Inmaculada. Aprovechando la coyuntura de paz en la Cristiandad, el cardenal recomendó a Carlos II que escribiese a los reyes y príncipe de Europa para apoyar la definición de la Inmaculada:

de cuya poderosa asistencia y patrocinio dependen y han dependido siempre las mayores dichas de la Monarquía. Paréceme muy conveniente y aun necesario que Vuestra Majestad se declare por Jefe de esta tan piadosa pretensión, procurando con repetidas cartas instar a todos los reyes y príncipes cristianos. Y muy en especial al Señor Emperador y al Rey Cristianísimo para que le ayuden y asistan a solicitar con la brevedad posible esta gracia de Su Santidad, de cuyo feliz logro no puedo menos de decir (con gran confianza de Dios) que me parecen resultarían a Vuestra Majestad y a todos sus Dominios felicidades muy cumplidas, y la mayor de todas que María Ilustrísima sería la Medianera y Abogada para impetrar de su Omnipotente Hijo una dichosa sucesión sucesión a Vuestra Majestad con las demás prosperidades que pudiera esperar de tan Grande Señora.

En septiembre de 1699 la Junta informaba al Rey de que la causa estaba muy adelantada, debiéndose mostrar constancia para culminar el empeño, "asegurándose que Su Divina Majestad corresponderá alcanzando de su Santísimo Hijo toda la salud de Vuestra Majestad, la sucesión que tanto importa y que se consigan todos los efectos del acertado gobierno de Vuestra Majestad". En aquellos meses también se promovió el proceso de canonización de sor María Jesús de Ágreda, acción piadosa que se consideraba una nuevo servicio a la Virgen.

Fue desigual la respuesta de los príncipes de Europa a la llamada de un Rey que asociaba la definición dogmática del misterio de la Inmaculada con alcanzar el milagro de la sucesión. Las gestiones prosperaron con el Rey de Polonia y el emperador Leopoldo I, a quien se presentó la piadosa instancia como la renovación de la "continuada protección de la Reyna del Cielo" a los intereses de la Casa de Austria. Sin embargo, Luis XIV reaccionó de forma diversa. El Rey Cristianísimo había sido el inesperado fruto del matrimonio de Luis XIII y Ana de Austria, después de dos décadas sin descendencia. El nacimiento de "Louis-Dieudonné" se asoció a la mediación de la Virgen. Tras conocer el embarazo de la Reina, Luis XIII agradeció el favor divino realizando un voto perpetuo de consagración del Reino de Francia a la Virgen. Era manifiesta la "pietas mariana" de Luis XIV, expresada de forma pública en visitas regias a santuarios marianos como el de Cotignac. Sin embargo, en noviembre de 1699 el Rey de Francia escribió a Carlos II en respuesta a sus instancias para que los monarcas católicos de Europa pidieran juntos a Roma la definición del misterio inmaculista: Luis XIV rememoraba su conocida devoción mariana, aunque consideraba que era a la Iglesia a la que tocaba decidir. Teniendo presente la división entre teólogos en el seno de la Iglesia, quizás Dios deseaba mantener el misterio oculto a juicio del soberano galo. Por ello había decidido no aunar sus instancias a favor de la pía opinión, con el fin de no avivar disputas acabadas ni crear nuevas inquietudes en la Iglesia. En los últimos lustros de la centuria, Luis XIV había amortiguado su defensa de las libertades galicanas y se presentaba como Nuevo Constantino, capaz de expulsar a los súbditos hugonotes de Francia para rivalizar con el Emperador como cabeza del orbe católico, tras los éxitos imperiales frente a los turcos.

CONTINUARÁ...

Fuentes:

* Álvarez-Ossorio Alavariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en Ribot, Luis (dir.) "Carlos II. El rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

miércoles, 24 de junio de 2015

Carlos II y el dogma de la Inmaculada Concepción (Parte II)

1. Retrato del Cardenal Nithard (1674), obra de Alonso del Arco. Museo del Prado. Podemos ver como la parte izquierda del retrato está ocupada por una estantería con libros que denotan sus conocimientos teológicos, mientras que por encima cuelga un cuadro de la Inmaculada Concepción, con una representación del tema que sólo encontramos en otra Inmaculada, inédita y firmada, que se conserva en el madrileño hospital del Niño Jesús, destacando de este modo la estrecha relación del Cardenal con este dogma.

La muerte de Felipe IV en septiembre de 1665 supuso una moderación coyuntural de la tensión existente en la Corte y en los reinos españoles en torno a la Inmaculada. La Reina regente, doña Mariana de Austria, dispuso que la Junta de la Inmaculada Concepción se continuase reuniendo cada semana. La presión de la Corona en la Corte romana se orientó a extender el rezo inmaculista en las provincias europeas de la Monarquía de España, solicitando al Papa el permiso para imponerlo en los reinos de Nápoles, Sicilia, el Estado de Milán y los Países Bajos. El confesor de la Reina, el jesuita alemán Juan Everardo Nithard, era uno de los exponentes más destacados de la Junta de la Inmaculada. Nithard asumió el puesto de Inquisidor General y un papel protagonista en el gobierno de la Monarquía. Con todo, su valimiento fue combatido por don Juan José de Austria y los Grandes, que le consideraban un advenedizo extranjero de baja extracción, indigno de los puestos de preeminencia que ocupada. Su caída en febrero de 1669 y su posterior traslado a Roma, donde acabó ejerciendo como embajador de la Monarquía Católica ante el Santo Padre, constituyeron un poderoso impulso a la extensión de este culto en Italia. En el Reino de Nápoles y el Estado de Milán se impuso el juramento inmaculista a las corporaciones, provocando una ruidosa controversia en la Corte pontificia a partir de 1672. Nithard desempeñó un papel decidido en la defensa teológica y jurídica de la imposición del juramento en las universidades del Reino de Nápoles. 

No profundizaremos en la rocambolesca salida de Nithard de la Corte de Madrid y en su ajetreado viaje posterior a Roma. Solo citaremos que el Iquisidor General entró en la Ciudad Eterna el 16 de mayo de 1669, después de casi tres meses de viaje, alojándose por disposición del Marqués de Astorga, embajador español ante la Santa Sede, en el jardín del Príncipe Borghese, aunque tan solo por tres días pues enseguida se trasladó la casa que la Compañía de Jesús tenía en el centro de Roma permaneciendo en ella de absoluto incógnito en espera de que llegasen las credenciales que le acreditarían como embajador extraordinario ante la Santa Sede como le había prometido su hija de confesión, la regente doña Mariana de Austria. Sin embargo, las cosas no resultaron tan sencillas, ya que su misión diplomática estaba carente de contenido y era más fachada para salvar el honor del jesuita tras su obligada caída que otra cosa.

Pesarosa doña Mariana de Austria de la situación de su confesor, consultó a los Consejos qué se podía hacer. Al no obtener una respuesta satisfactoria y agotada de tener que luchar contra unos y otros y no queriendo desampararle, desafía a las Juntas y Consejos y decide dar contenido a la embajada de Nithard. Para ello recurrió a una figura que ya se había dado anteriormente y le nombra embajador extraordinario en Roma para el asunto de la Inmaculada. La Reina encarga que se envíen al Inquisidor General las cartas de acreditación "tomando por motivo de su embajada extraordinaria las materias de la Concepción de Nuestra Señora y llegado a Roma se vera lo que habrá de hacer y ol que toca a las asistencias que se le han de dar". Posteriormente, se comunicó su decisión al Pontífice y a los cardenales del Sacro Colegio, un total de 44, entre ellos Barberini, Carpena, Gabrieli, Ursino, Carrafa y Grimaldi. Además, doña Mariana, para evitar choques y malentendidos y no queriendo suscitar conflictor entre los dos embajadores, el ordinario y el extraordinario, escribió al Marqués de Astorga las pautas y tratamientos que se habían adoptado anteriormente en idéntica situación durante el reinado de Felipe IV (1655) entre el embajador ordinario don Luis Ponce de León y el embajador extraordinario para el asunto de la Inmaculada Concepción fray Francisco Guerra, Obispo de Plasencia.

Como señalaba la Reina en su despacho, no era la primera vez que un personaje de alcurnia era enviado a Roma con este cometido. Conseguir el reconocimiento del dogma de la Inmaculada, y por supuesto de la instauración del culto de la Virgen bajo esa advocación, había sido, como sabemos, un empeño personal de Felipe IV quien en 1661 mandó al citado Obispo de Plasencia a Roma, como embajador extraordinario para dicho asunto. Pensó doña Mariana que, puesto que Nithard estaría en Roma de una forma u otra, pues era el destino que había elegido para alejarse de Madrid, y puesto que se le había enviado allí como embajador extraordinario, podría encargarse de tal cometido ya que además el confesor e Inquisidor General estaba perfectamente cualificado para esa misión ya que su preparación sobre el tema era más que completa.

Las conexiones de Nithard con el asunto de la Inmaculada serán más que una coincidencia a lo largo de su vida. Como si fuera una premonición, la relación del jesuita con la Inmaculada Concepción comenzó el día mismo de su nacimiento, 8 de diciembre de 1607. Ese día, el 8 de diciembre, es el que quedará reservado para el culto a María bajo esa advocación, aunque entonces todavía no se celebraba. Cuando Nithard sintió la llamada de la vocación religiosa podía haber elegido cualquier orden pero eligió la Compañía de Jesús, la cual siempre defendió la postura concepcionista frente a otras órdenes religiosas. Al salir de Viena rumbo a España acompañando a la doña Mariana de Austria (1649) , se encontró con una Corte en la que el Rey era un gran defensor del reconocimiento del dogma, y por supuesto, de la instauración del culto de la Virgen como Inmaculada Concepción. En España había una larga tradición de apoyo a la pía opinión que en realidad, y aunque no estaba todavía reconocido, era un dogma práctico, como lo demuestra el gran número de Inmaculadas que en este siglo recogieron en sus lienzos desde los más famosos a los más humildes pintores. En 1615, como se vio en la anterior entrada, una comisión del Arzobispo de Sevilla había pedido el apoyo de la Corona para esta causa, y las Cortes de Castilla manifestaron así mismo su aquiescencia. Por otra parte, Felipe IV, alentado por su consejera espiritual, sor María Jesús de Ágreda, hizo todo cuanto pudo para que la creencia fuera declarada dogma de fe, lo que se consiguió por fin en 1696, reinando ya Carlos II, mediante breve pontificio que instituyó la festividad de la Inmaculada Concepción con rito de segunda clase y octava propia.

2. "Examen Theologico de quatro proposiciones...", obra de Juan Everardo Nithard (1662).

En su empeño por conseguir el reconocimiento del dogma, Felipe IV hizo miembro a Nithard de la Junta de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, como se comentó al inicio de la entrada. Para la misma se nombró a los hombres más doctos y se les encargó algunos tratados. Con este motivo publicó Nithard el libro "Examen Theologico" (1662).

Así, el asunto de la Inmaculada Concepción seguirá a Nithard a Roma y, además de su encargo como embajador para conseguir el reconocimiento de este dogma más adelante, en febrero de 1672, quiere la Junta de la Inmaculada que el ya embajador ordinario Nithard (ad interin mientras llegaba el embajador titular Marqués del Carpio), solicite que se ponga el rezo con octava en el cuerpo del breviario para toda la Iglesia. Como considera la Junta que quizás el Marqués de Astorga, su predecesor en el cargo habría ya salido para Nápoles para hacerse cargo del virreinato, cree conveniente que el nuevo embajador continuase en el intento, máxime cuando era alguien que conocía muy bien el tema y sabía de la importancia del negocio por haber sido antes miembro de la dicha Junta.  Por otra parte y, quizás como colofón a toda su vida y su trabajo, ya en el siglo XX se colocó una lápida en su honor en la Catedral de Linz (Austria), catedral que está dedicada a la Inmaculada. El texto de la lápida es el siguiente:

Placa conmemorativa de Nithard

Dr. Alfred Zerlik

Mi artículo sobre el Cardenal Nithard en "Freinberger Stimmen", julio 1965, ha suscitado mucho interés, especialmente mi apoyo a favor de colocar una placa en memoria del gran abogado por su Dogma de la Inmaculada Concepción de María en la Catedral de la Inmaculada en Austria, el país de Nithard. Esta propuesta ha sido especialmente bien aceptada. El Obispo de Linz y el "Dompfarrer" acogieron la propuesta y, poco antes de medio año después de la publicación del artículo, la placa conmemorativa ya estaba hecha. El 8 de diciembre de 1965, en la celebración de la Inmaculada Concepción, la placa fue consagrada. El Catedrático de Teología, Dr. Johann Singer, predicó en la misa de la tarde [...]. La solemne consagración de la placa bajo la estatua de la Virgen María, a la derecha de la entrada desde la calle Herrenstrasse la hizo el vicario general prelado Ferdinand Weinberger y los estudiantes de Teología cantaron el Ave María. Ese año la celebración de la Inmaculada Concepción de María se hizo en memoria del Cardenal Nithard, un gran hijo de la casa. A través de esta celebración y de la placa, se evitó que el Cardenal cayese en el olvido...

KARDINAL JOHANN EBERHARD
NIDHARD
EIN KÁMPFER FÚR DAS DOGMA
DER UNBEFLECKTEN EMPFÁNGNIS
MARIAs
*1607 AUF BURG FALKENSTEIN
IM MÚHLVIERTEL + 1681 IN ROM
A D 1965.

CONTINUARÁ


Fuentes:

* Álvarez-Ossorio Alavariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en Ribot, Luis (dir.) "Carlos II. El rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

* Sáenz Berceo, María del Carmen: "Confesionario y poder en la España del siglo XVII: Juan Everando Nithard". Universidad de La Rioja, 2014.

miércoles, 10 de junio de 2015

Carlos II y el dogma de la Inmaculada Concepción (Parte I)

Fig. 1. Inmaculada de El Escorial, obra de Bartolomé Esteban Murillo (h. 1660/1665). Museo del Prado de Madrid.

El culto a la Inmaculada Concepción pone de relieve la proyección de antiguas devociones populares en la Corte regia. Era una opinión originada en la Iglesia griega que comenzó a arraigar en la Cristiandad occidental en el siglo XIII. La posición maculista de Santo Tomás de Aquino vinculó a los dominicos a la postura adversa a la pía opinión. La pugna entre dominicos y franciscanos sobre esta cuestión se agudizó a partir del siglo XIV. En los reinos españoles la devoción se extendió en la Iglesia y entre los reyes a partir del siglo XIV. Carlos I y Felipe II evitaron pronunciarse expresamente sobre esta controversia, aunque defendieran los planteamientos lulistas a favor de la Inmaculada. Durante los últimos años del reinado de Felipe III la piadosa opinión se convirtió en asunto primordial en la Corte, desbordando su dimensión teológica para adentrarse en la pugna de facciones políticas.

El origen de este contagio a la Corte de fervor inmaculista se encontraba en Sevilla, cuyo Arzobispo, Pedro de Castro y Quiñones, protegió a partir de 1615 las iniciativas de franciscanos y jesuitas para promover la definición dogmática en Roma. Desde 1615 en Sevilla aparecieron numerosas obras teológicas a favor de la pía opinión, con el amparo de aristócratas como los Duques de Béjar y Medina Sidonia. De este modo, el clero hispalense asumió un papel protagonista en la defensa y difusión de cultos en la Monarquía de España, al igual que ocurrió después con la imagen de Fernando III el Santo (canonizado en 1671). En 1617 numerosas universidades españolas formularon el juramento inmaculista. La Corte regia acogió y potenció las iniciativas a favor de la pía opinión. Las mujeres de la familia real desempeñaron una labor determinante en la promoción del misterio mariano, desde la reina Margarita de Austria, mujer de Felipe III, tan afecta a esta devoción, hasta sor Margarita de la Cruz, hija del emperador Maximiliano II y la infanta-emperatriz María de Austria, profesa en las Descalzas Reales.

Una oleada de fervor inmaculista se extendió a los reinos españoles durante años, con la entusiasta participación de ciudades y nobleza, reflejada en numerosas publicaciones a favor de la pía opinión. En el culto a la Inmaculada confluyeron la devoción popular con los credos promovidos de forma consciente y sistemática por la Corte regia. A principios de 1616, a instancias de los predicadores jesuitas y franciscanos, Felipe III había dispuesto la creación de una Junta de la Inmaculada Concepción, encargada de facilitar la declaración dogmática del misterio en Roma y, mientras tanto, de promover la expansión del culto por los reinos de la Monarquía, dificultando los posicionamientos teológicos adversos. En la devoción a la Inmaculada se mezclaban cuestiones de política territorial, como el deseo de que la Virgen protegiese ante la Corte celestial la unidad de la Monarquía de España, con comportamientos dinásticos. Durante los siglos XVI y XVII en el proceso de configuración de unas señas de identidad propias, la Casa de Austria dedicó una particular énfasis a la "pietas mariana" como uno de los fundamentos de la "pietas austriaca", verdadero pilar de la legitimización socio-política de la dinastía tanto en Madrid como en Viena.

Durante el prolongado reinado de Felipe IV prosiguieron las gestiones en Roma a favor de la Inmaculada. Con todo, sólo en la última década del reinado el monarca se aplicó a fondo a promover en los reinos españoles la adhesión a la pía opinión. En un complejo contexto de pugnas entre órdenes religiosas con implicaciones en la competencia entre grupos de poder en la Corte, el soberano impuso el elogio inmaculista, lo que provocó un conflicto abierto con los dominicos. La política de autoridad y de hechos consumados impulsada por el Rey en cuestiones espirituales alcanzó unas cotas de intensidad poco acostumbradas. En el entorno del soberano se asociaba la lid por la Inmaculada con la garantía de la sucesión a la Corona y la conservación de la unidad de la Monarquía, implicada en aquellos años en las campañas para la recuperación de Portugal. Para apaciguar la ira de Dios por los pecados privados del Rey Planeta y públicos de sus súbditos, Felipe IV intentó conseguir la mediación de la Virgen como su "abogada" ante la Corte celestial, promoviendo "vivamente" ante la Sede Apostólica la definición del dogma de la Inmaculada Concepción.

CONTINUARÁ...

Fuentes:

* Álvarez-Ossorio Alavariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en Ribot, Luis (dir.) "Carlos II. El rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

miércoles, 3 de junio de 2015

El Corpus de 1698

Fig 1. Carlos II en una miniatura de la concesión de la Grandeza de España a Tommaso d'Aquino, Principe de Castiglione, con una vestimenta similar a la que llevaría en la procesión del Corpus toledano de 1698. Museo Correale di Terranova (Sorrento, Italia).

A finales de su reinado, la mala salud de Carlos II y las continuas rogativas por la sucesión eran la justificación de diversas jornadas que el Rey emprendió en sus últimos meses de vida. En la primavera de 1698 Carlos II y su segunda mujer, doña Mariana de Neoburgo, viajaron a Toledo para ganarse la benevolencia del favor divino. Jornada en la que tuvo mucho que ver la pugna cortesana entre los dos hombres fuertes del momento por controlar el gobierno de la Monarquía: el Almiramte de Castilla y el Arzobispo de Toledo, el cardenal Luis Fernández de Portocarrero.

En el calendario de las celebraciones religiosas en la Corte uno de los actos más significados pàra la exaltación de la devoción del Rey era la procesión del Corpus. Al celebrar esta liturgia en Toledo con presencia real el Corpus cobraba un nuevo alcance en las postrimerías de la centuria. La jornada se prolongó desde el 25 de abril hasta el 12 de junio. Esta jornada hizo que pronto en el entorno del monarca se entablaran negociaciones para regular la etiqueta de la procesión del Corpus. La preeminencia del Arzobispo y del Cabildo se debía atenuar ante la presencia de los Reyes, y los criados de las casas reales debían compartir la gestión del ritual con los responsables del ceremonial en la Catedral. El palacio arzobispal se convirtió en sede de la Corte, en residencia real.

La superposición de esferas entre la corte regia y la corte arzobispal exigía unos acuerdos que posibilitasen una aparente armonía de potestades durante aquellas semanas. Por un lado, estaba la planta de cómo se organizaba el Corpus en Madrid. Por otro, la celebración en Toledo no contemplaba la presencia del soberano. Por ello, el 28 de mayo el secretario del Despacho Universal comunicó la resolución del Rey sobre el modo de celebrar aquel Corpus "sin que esta planta y ejemplar pueda innovar en ningún tiempo la que está dada y se observa en Madrid". El acuerdo se fundaba en seis condiciones. En ellas se regulaba el accedo al monarca a la cortina y al sitial, emblemas de la preminencia de la majestad situados en el altar durante la liturgia. El sumiller de cortina asistiría con manteo y bonete. Al Patriarca de las Indias, Pedro Portocarrero y Guzmán, sobrino del citado Arzobispo de Toledo, se le encomendaba el cometido de quitar el terliz al entrar el Rey en el sitial. El símbolo de la soberanía en la Capilla Real, la cortina, se trasladó desde el Real Alcázar de Madrid hasta la ciudad del Tajo. A Toledo llegó una cortina rica con imaginería de la historia de Moisés con su silla y sitial, que utilizó Carlos II en las funciones en la Catedral. También se preparó el banco de los Grandes, expresión de los privilegios y libertades de la aristocracia, pero no otros bancos que se disponían habitualmente en la Capilla Real de palacio, ya que "no había embajadores en aquella Ciudad y se excusó su asiento, como también el banco de Confesores, Capellanes de honor y Predicadores, que no concurrieron".

Fig. 2. Vista de la Catedral de Toledo.

El gobierno de la procesión quedaría en manos de sus tradicionales gestores, a los que se uniría el mayordomo de semana. La otra presencia significada que alteraba la costumbre era la de la Guardia del Rey. Desde Madrid se trasladaron a Toledo veinte soldados de "cada nación", de las Guardas Española y Alemana, así como treinta Archeros con sus cuchillas. Las Guardas debían ir a ambos lados del cortejo. "Su Majestad ha de ir después de la Custodia y Preste, acompañándole los Grandes y gentileshombres de la Cámara y Mayordomos y los demás que concurren en semejantes funciones en la forma de que acostumbran y ha de cerrar la Guarda de Corps". El mismo traje del Rey determinaba la indumentaria de su séquito. Carlos II vistió de negro con golilla como en la Corte (Fig. 1) y, por ello, todos los Grandes, gentileshombres y criados adoptaron la misma vestimenta. Los conflictos de precedencia consustanciales al entramado corporativo en la sociedad del Antiguo Régimen determinaron la ausencia en la ceremonia del tribunal de la Inquisición y del cabildo secular.

Las lluvias dificultaron la exhibición de la Majestad y del poder del Cabildo toledano el día del Corpus. La acumulación de agua en los toldos dispuestos en las calles y en el suelo obligó a postergar la celebración del evento. Se optó por realizar una procesión menor con un recorrido limitado al entorno de la Catedral, en la que el Rey fue acompañado del Arzobispo, del Patriaca de las Indias y de algunos Grandes, como su Sumiller de Corps, el Conde de Benavente, el Caballerizo Mayor, el Almirante de Castilla, el Conde de Montijo, el Duque de Linares, el Marqués de Quintana, el Duque de Medina Sidonoa, el Condestable de Castilla y el Duque de Uceda. La mejora del tiempo permitió que se acabase celebrando la procesión general unos días después. Carlos II se engalanó para agasajar la eucaristía: "Su Majestad de Sala con el collar del Tusón y el sombrero cintillo de diamantes, y el que por su grandeza llaman Estanque y la perla Peregrina". En la procesión el Rey encarnó la pietas de la Corona y la dinastía, y se mostró muy gustoso durante la función, "y después su devoción cordialísima en obsequio de los misterios de Nuestra Santa Fe Católica".


Notas:

* Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: "La piedad de Carlos II" en "Carlos II. El Rey y su entorno cortesano". CEEH, 2009.

jueves, 21 de mayo de 2015

Un grabado doble de Felipe IV y Carlos II



En entradas anteriores hemos analizado una tipología de retrato poco común en la Corte española de los Austrias: los retratos dobles de Carlos II y su madre, doña Mariana de Austria. Sin embargo, es aún más raro encontrar un retrato doble de Felipe IV con el aún príncipe Carlos.

Recientemente Álvaro Pascual Chenel ha sacado a la luz un interesante dibujo conservado en el British Museum de Londres y fechado hacia 1665, obra del flamenco Erasmus Quellinus. En él se muestra a Felipe IV sentado en un trono bajo palio situado sobre un estrado, vestido de armadura, con cetro, corona y revestido con manto de armiño. A su lado y como si de un trasunto en miniatura se tratara, está el pequeño príncipe Carlos de la misma guisa. Tras ellos dos leones rampantes sostienen el escudo real mientras que las Columnas de Hércules con el lema "PLVS VLTRA" sostienen el cortinaje a que se abre a ambos lados de la pareja real. A su izquierda vemos otra pequeña columna  o pebetero del que parece surgir una llama avivada por una figura femenina acompañada por un angelote, y en la que se encuentra enroscada una serpiente, quizás como símbolo de Prudencia (“sed pues, prudentes como serpientes” San Mateo 10:16). Sobre la cabeza del Rey y el Príncipe dos angelotes sostienen una cartela con una inscripción que no se ha conseguido identificar.

Frente a ellos se sitúan 17 figuras alegóricas femeninas que bien podrían representar a las 17 provincias que formaban los Países Bajos, una de las cuales sostiene el escudo de la ciudad de Amberes, de la que era natal Quellinus, y entre ellas un león, animal heráldico de Flandes, así como de la Monarquía Española, a la par que símbolo de fortaleza. El dibujo es preparatorio para una estampa abierta por su hermano Habertus, probablemente por encargo del Ayuntamiento de la ciudad del Escalda, razón por la cual las inscripciones del dibujo aparecen invertidas.


lunes, 18 de mayo de 2015

Los retratos dobles de Mariana de Austria y Carlos II (PARTE V Y FINAL)

Fig. 1. Retrato doble de Carlos II y doña Mariana de Austria (h. 1665), atribuido al círculo de Carreño de Miranda. Stredocesky Galerie de Praga.

Existe un último y curioso retrato doble prácticamente desconocido de Carlos II y doña Mariana de Austria. Se trata de un cuadro de gran calidad y fuerte influencia flamenca, en la órbita de Carreño, que se conserva en la Stredoceska Galerie de Praga (Fig. 1). En él se representa a madre e hijo dentro de un medallón que sostiene una figura alegórica con coraza y corona y que bien podría ser una alegoría de España o la Monarquía. En la parte inferior, una mujer con un pañuelo en el regazo mira hacia la pareja regia con expresión compungida. En este hermoso lienzo el Rey parece tener unos cuatro o cinco años, por lo que podría fecharse hacia 1665-1666. Es quizá este hecho el que pueda dar la clave del oscuro significado del retrato. Parece pues que, mientras la enigmática figura femenina aún llora por la reciente muerte de Felipe IV, la propia España le presenta al heredero y continuador de la Monarquía, y a quien de momento regirá sus designios: su madre doña Mariana de Austria.

Similar disposición al anterior puede observarse en un  dibujo de Herrera el Mozo conservado en la Albertina de Viena (Fig. 2). En este caso, quien sostiene el medallón (aquí asimilado a la esfera terrestre) con la doble efigie de Carlos II y Mariana de Austria es Hércules, de larga vinculación y significación para la Monarquía Hispánica (recuérdese sólo la serie de los trabajos de Hércules que Zurbarán realizó para el Salón de Reinos del Buen Retiro). Les acompañan las alegorías de la Justicia, la Fortaleza y la Fama. Se ha pensado que dicha imagen esté directamente inspirada en la obra del mismo tema de Carracci en el camerino Farnese de Roma, que tal vez Herrera pudo conocer durante su estancia en Italia, sólo que incluyendo ahora dentro de la esfera los retratos de Carlos II y doña Mariana, y sustituyendo las figuras de los filósofos por las alegóricas mencionadas. Este dibujo quizá estuvo destinado a la preparación de una decoración efímera para alguna fiesta pública o bien a la portada de un libro.
Fig. 2. Medallón con la imagen de Carlos II y Mariana de Austria (1668), obra de Francisco Herrera el Mozo. Biblioteca Albertina de Viena.

Aparte de los pintados, se conocen también varios significativos grabados con la doble imagen Carlos II y Mariana de Austria que se enmarcan también en torno a esas fechas de hacia 1671-1672, aunque aquí, al trasfondo político que se viene comentando, se unen además cuestiones de índole religiosa y moral. El más conocido es el grabado por Pedro de Villafranca (Fig. 3) en el que aparecen representados el rey-niño Carlos II y su madre. Ambos se encuentran sentados, el uno frente al otro, en un espacio enmarcado por un cortinaje. La Regente sostiene en alto con su mano derecha la corona real en ademán de entregársela a su hijo. En la parte superior, sobre las cabezas de ambos, se observan dos cuadros o cartelas con las imágenes de la Inmaculada y de una custodia, en clara alusión a los dos pilares fundamentales de la piedad de la rama hispana de la Casa de Austria: la devoción al Sacramento dela Eucaristía, compartida por ambas ramas de la dinastía tal y como indica el grabado ("patrocinium austriacum"), y a la Virgen Inmaculada, patrona de España como también evidencia la inscripción de la estampa ("patrona hispaniae"). Parece indicarse así que en la labor como rey de Carlos II, indicada por la Corona que ceñía por derecho hereditario, debería poner toda su esperanza ("spes caroli") en la divina providencia, materializada en la veneración del Santo Sacramento y la Inmaculada, que proveerán a la Monarquía de toda clase de bondades.

Fig. 3. Mariana de Austria entrega la Corona a Carlos II, grabado obra de Pedro de Villafranca (1672). BNE, Madrid.

El otro grabado que contiene también un retrato doble es el de Pedro de Obregón (Fig. 4). Presenta una disposición similar al anterior al estar Carlos y doña Mariana sentados uno frente al otro, ahora con la fachada del Real Alcázar de Madrid de fondo. En esta ocasión la Regente extiende hacia Carlos II una cartela que éste hace intención de recibir, en la que aparecen unas claras reglas u obligaciones religioso-morales que Carlos II deberá observar durante su reinado: temor a Dios, reverencia a los padres y amor a los vasallos. Temor a Dios, indicado por el sol que luce en lo alto con la palabra "Gehová". Reverencia y respeto a los padres y, por tanto, a la tradición y herencia dinásticas, representadas por la presencia de la misma Mariana y de un águila coronada que vuela hacía el sol, hacia Dios, alegoría del recientemente fallecido Felipe IV, que porta a su vez a su cría, es decir, a su sucesor, el propio Carlos II. Ambos vuelan hacia el Sol, único destino posible como reza la flacteria, amparados y guiados por sus rayos benefactores. Por último, amor a los vasallos a quienes Carlos II muestra la cartela a modo de programa moral de reinado aprendido, como no, de su madre.

Fig. 4. Carlos II y Mariana de Austria, grabado obra de Pedro de Obregón (1671). Museo de Historia de Madrid.

Como conclusión cabria recordar de nuevo que esta tipología de retrato doble no fue en absoluto frecuente ni en la tradición, ni en la escuela española de retrato regio. Existen, eso sí, algunos escasos antecedentes de retratos dobles del matrimonio real que, sin embargo, no debieron tener demasiado éxito, pues la fórmula habitual que perduraría en el tiempo es, como se ha indicado, la de representar a los monarcas por separado y en disposición complementaria para ser colocados formando pareja.

Fuentes: 

*Pascual Chenel, Álvaro: "Retórica del poder y persuasión política. Los retratos dobles de Carlos II y Mariana de Austria". Goya: Revista de arte, nº 331 (2010).

*Pascual Chenel, Álvaro: "El retrato de Estado durante el reinado de Carlos II. Imagen y propaganda". Fundación Universitaria Española (2010).