lunes, 12 de agosto de 2013

La última cruzada de España: el sitio de Viena de 1683 y la conquista de Buda en 1686 - PARTE II


 1. Alegoría de la victoria católica contra los turcos en Viena en 1683. En esta victoriosa barca podemos ver a Carlos II arrodillado ante el papa Inocencio XI y rodeado por Leopoldo I, Juan III Sobieski de Polonia y el resto de príncipes cristianos que ayudaron a salvar la capital austriaca. Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid.

Según avanzaba la primavera de 1683 se hizo evidente que en Estambul se estaba preparando una ofensiva a gran escala y que el Emperador se encontraba antes un grave apuro. En un primer momento se solicitó la ayuda del Ducado de Milán, como parte del Sacro Imperio, para que se destinaran las décimas eclesiásticas del Estado a la lucha contra el Turco. En mayo se concedió con rapidez esta ayuda, a lo que se añadió la promesa de desviar parte de los ingresos de la flota de Indias si eran suficientes.

Sin embargo, la necesidad de socorro era acuciante y no podía hacerse depender de promesas de dinero futuro, por ello, el embajador imperial Conde de Mansfeld desplegó una intensa actividad en la Corte de Madrid para conseguir una ayuda inmediata. El Consejo de Estado madrileño no era menos consciente de la gravedad de la amenaza turca, por lo que hay que valorar la relativa generosidad que se mostró con la aprobación de un asiento de 100.000 escudos a finales de mayo. En agosto se deliberó incrementarlo a otros 100.000 cuando se dispusiera de ellos. Sin embargo, este plan tan ambicioso no puso llevarse a cabo.
El retraso en el envío de los donativos al Emperador estuvo a punto de hacer perder la paciencia a Mansfeld, pues mientras Viena llevaba dos meses sometida a sitio, desde Madrid todavía no se había proporcionado más ayuda que buenas palabras. Finalmente, el banquero José de Aguerri aceptó adelantar el dinero, lo que le valió además el título de Marqués de Valdeolmos. En diciembre de 1683 se hizo efectiva en Linz la digna cantidad de 125.000 escudos.

Siendo conscientes de las dificultades de la Hacienda de Carlos II, las peticiones imperiales se dirigieron principalmente a la contribución de la Iglesia: donativos, recolecta de plata superflua, décimas eclesiásticas de Italia…Para ello se contaba con la imprescindible disposición pontificia, ya que el papa Inocencio XI se encontraba entonces negociando la formación de una Liga Santa contra el Turco. Las décimas de los eclesiásticos de Milán, Nápoles y Sicilia se dividieron por la mitad, como era costumbre: una para el Papa, que la entregó al Rey de Polonia, y otra para el Rey. Carlos II cedió su parte al Emperador.

En resumen, los medios de ayuda españoles que se solicitaban desde Viena eran los tradicionales, en la línea de lo que se había solicitado un siglo antes para frenar los ataques de Solimán el Magnífico y para la Larga Guerra de Hungría. Se basaba en pedir subsidios de la Real Hacienda, dinero de procedencia eclesiástica, el pago de las cuotas de la “Türkenhilfe” y, por último, la salida de la armada real al Egeo como distracción del frente continental. La “Türkenhilfe” era la contribución de los Estados del Imperio para la guerra contra el Turco, establecido desde la Dieta de Ratisbona de 1471. Durante el siglo XVI Felipe II había evitado contribuir al pago, lo que debía hacer por sus posesiones del denominado Círculo de Borgoña (Flandes y el Franco Condado, con Charolais). Con Carlos II, la situación cambió. La Monarquía Hispana fue muy favorable a participar en la contribución para reforzar el vínculo de la Borgoña con el Imperio y conseguir así la ayuda de los otros príncipes imperiales en caso de un ataque francés. Las peticiones de ayuda naval, sin embargo, se rechazaron cortésmente por dificultades logísticas y por la necesidad de tener a la armada en alerta ante la posibilidad de un ataque francés al Mediterráneo hispano. No obstante, Carlos II apoyó la participación de las galeras de malta y de otros potentados italianos cercanos a la órbita española.

 2. Medalla conmemorativa del levantamiento del sitio de Viena en 1683 junto a la efigie de Leopoldo I, paragonado en el reverso con el levantamiento del sitio de Viena de 1529 con la efigie de Carlos V.

Finalmente, la noticia del levantamiento de del sitio de Viena y del triunfo católico en la Batalla de Kahlemberg se recibió en Madrid con un inusitado alborozo. La buena nueva llegó por Bruselas a comienzos de octubre, ya que los franceses secuestraron durante unos días el correo imperial que se dirigía a Madrid. La campaña de 1683 se cerró brillantemente para los católicos con la toma de Estrigonia (Esztergom), la capital espiritual húngara, a finales de octubre. Estos éxitos imperiales causaron gran angustia en Madrid, porque los avances en Hungría habían envalentonado a los aliados a continuar la guerra y olvidar completamente el frente occidental que en el que España se encontraba involucrada a causa del conflicto de las reuniones con Francia. El embajador Borgomanero hizo denodados esfuerzos para que el Emperador desviara tropas a Flandes y así evitar la inminente caída de Luxemburgo. Ante lo mismo, intentó lo mismo con las fuerzas de Baviera, aunque tampoco pasó de conseguir buenas palabras. El ataque francés se dirigió asimismo contra Cataluña, llegando en su avanzada a sitiar, sin éxito, Gerona.

Sin embargo, Luxemburgo no pudo resistir el asedio galo, cayendo en sus manos el 4 de junio de 1684. La indefensión española era patente, y ello acabaría por representar un gran inconveniente para la ofensiva húngara de Leopoldo I, quien necesitaba tener bajo control a Francia. Como soberano del Imperio, Leopoldo debía dar una respuesta a la invasión francesa, así que tomó la voz cantante para aceptar la propuesta de Luis XIV de una tregua, que se firmó en Ratisbona el 15 de agosto de 1684. Por la misma, el Imperio y la Monarquía Hispana reconocieron por un plazo de 20 años las incorporaciones territoriales hechas por Luis XIV antes del 1 de agosto de 1681, además de las ciudades de Beaumont, Chimay, Estrasburgo y Luxemburgo.

CONTINUARÁ…

Fuentes:

* González Cuerva, Rubén: “La última cruzada: España en la Guerra de la Liga Santa (1683-1699), en Sanz Camañes, Porfirio (Ed.): “Tiempo de Cambios. Guerra, diplomacia y política internacional de la Monarquía Hispánica (1648-1700). Actas Editorial.

* Stoye, John: “L’Assedio di Vienna”. Società editrice Il Mulino.

* Trausch, Gilbert y Ribot, Luis: “El Gran Ducado de Luxemburgo y España”. Patrimonio Nacional y Fundación Carlos de Amberes.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La última cruzada de España: el sitio de Viena de 1683 y la conquista de Buda en 1686 - PARTE I

1. Carlos II como defensor de la Eucaristía frente a los turcos. Anónimo cusqueño. Parroquia de San Pedro (Lima, Perú).

El estallido de la Guerra de la Liga Santa, la última ofensiva otomana en el corazón de Europa, significó para la Monarquía Hispana un fuerte contraste entre la realidad y el deseo. Carlos II se pregonaba, al igual que sus antecesores, paladín del Catolicismo y columna de la Casa de Austria, la dinastía que había asumido la defensa de la Fe y de la Iglesia como una causa propia. Pero cuando las tropas turcas del gran visir Kará Mustafá sitiaron Viena en el verano de 1683, en la Corte de Madrid la preocupación se dirigía a otros frentes. Su verdadera emergencia en ese momento era la guerra contra Luis XIV a causa de la llamada política de reuniones del Rey galo que no finalizaría hasta la Tregua de Ratisbona de 1684. 

Por lo que respecta al enfrentamiento entre los otomanos y el Emperador, podemos decir que tras la Paz de Zsitvatorok de 1606, los Austria de Viena gozaron de más de medio siglo de relativa calma frente al Imperio Otomano. El peligro turco no retornó hasta 1663 de mano del ascenso de los Köprülü, una familia albanesa que monopolizó el cargo de Gran Visir en las siguientes décadas y que declaró nuevamente la guerra al Emperador para tratar de recuperar el control sobre Transilvania, donde el emperador Leopoldo I apoyaba las veleidades autónomas de Jorge II Rákóczi (muerto en 1660), llegando incluso hasta la plaza fuerte de Neuhausel, llave para acceder a Bratislava, capital de la Hungría habsbúrguica. Sin embargo, la victoria imperial sobre los jenízaros gracias a la acción del mariscal Montecuccoli en la Batalla de San Gotardo (1664) permitió la firma del Tratado de Vásvar, en el que se reconocieron al Sultán sus últimas conquistas en suelo europeo y el renovado protectorado sobre Transilvania. La paz era decepcionante, pero la prioridad del Emperador era tener las manos libres para atender a la sucesión española ante la que parecía inminente muerte de Felipe IV.

Los siguientes problemas para Leopoldo I vinieron a través de Hungría. El movimiento antihabsburgo y anticatólico liderado por Nikola Zrinyi y Imre Thököly buscaba la creación de un reino de Hungría independiente. En 1682, el sultán Mehmet IV reconoció a Thököly como Rey de Hungría y los rebeldes se fueron haciendo con el control de la Alta Hungría imperial.

En 1683 Thököly conquistó la totalidad de la Alta Hungría, mientras el gran visir Kará Mustafá, el pachá de Buda y el Kan de los tártaros avanzaban por el Danubio con unos 100.000 efectivos. Los peores pronósticos se cumplieron: 150 años después, los otomanos volvían a plantarse frente a las puertas de Viena.

En el sitio de 1532, Carlos V y una representación destacada de la aristocracia española engrosaron las filas de la defensa de la capital austriaca, pero la situación de 1683 estaba marcada por la debilidad y la improvisación. El general imperial Carlos de Lorena sólo disponía de 50.000 hombres, con lo que el Emperador y la Corte tuvieron que huir a Passau y luego a Linz. Las tropas otomanas llegaron a Viena el 14 de julio y la sometieron desde el comienzo a un cerco durísimo con un gran despliegue de artillería.

La salida de la Corte fue tan apresurada que el embajador de Carlos II notuvo tiempo ni para hacer el equipaje. Éste se trataba de Carlos Manuel Filiberto d'Este, Marqués de Borgomanero, uno de los diplomáticos más destacados del momento y que gozaba de una notable confianza con Leopoldo I.

2. El rey Juan III Sobieski de Viena, héroe de la defensa cristiana de Viena en 1683. Museos Vaticanos-

En una situación tan desesperada, el 12 de septiembre llegaron al fin los anhelador refuerzos: 64.000 cristianos mandados por el rey de Polonia Juan III Sobieski, con 20.000 austriacos, 18.000 polacos, 11.000 bávaros, 9.000 sajones y 8.000 francones y suabos. La Batalla de Kahlemberg, ese mismo día. marcó la victoria. Aunque en inferioridad numérica, los cristianos estaban frescos y disciplinados frente al desánimo y anarquía del lado otomano. Kara Mustafá y los suyos se retiraron a marchas forzadas dejando un riquísimo botón. Viena quedaba a salvo.

Pero...¿cuál fue el papel de la Monarquía Hispánica ante este desafío histórico?

La contribución hispana en estos momentos tan decisivos fue modesta y mediatizada por sus necesidades. Desde Madrid, Bruselas y Milán se siguieron los preparativos imperiales contra Hungría con mucho interés, pero para intentar desviar parte de esas fuerzas hacia Occidente, principalmente a Lombardía, ante el temor de un ataque francés sobre Italia. Las ofertas españolas de ayuda fueron meramente genéricas, y no se concretaron en los primeros meses de 1683, más allá de los 50.000 pesos que se prometieron en 1682 por medio del Marqués de Estepa y que se cobraron en primavera del año siguiente. Pero esto no debe extrañarnos cuando ni siquiera se era capaz de levantar los 13.000 hombres que se habían prometido al Emperador para reforzar el Tirol. Leopoldo I sí pudo contar con el decidido apoyo del Rey de Polonia, tan afectado como él por la avanzada otomana, y del Duque de Baviera entre los príncipes del Imperio. Tiempo después, también se sumó a la alianza el Gran Duque de Moscovia.

CONTINUARÁ...

Fuentes:

* González Cuerva, Rubén: "La última cruzada: España en la guerra de la Liga Santa (1683-1699), en Sanz Camañes, Porfirio (Ed.): "Tiempo de Cambios. Guerra, diplomacia y política internacional de la Monarquía Hispánica (1648-1700)". Actas Editorial.

* Stoye, John: "L'Assedio di Vienna". Società editrice Il Mulino.