En 1632, el embajador veneciano ante Su Majestad Católica, Alvise Mocenigo, anotó en su informe final acerca de su estancia en la corte española que el infante don Carlos “tenía un temperamento más fogoso” que su hermano don Fernando, que en cambio tenía “un carácter más vivo”. A pesar de estas anotaciones, es conocida la extraña personalidad del infante, caracterizada por sus parquedad de palabras y su carácter introvertido. Sin embargo, parece ser que don Carlos llegó a ser una de las personas de la familia real más amadas por el pueblo. Gil González Dávila (1) en su obra “Monarquía de España. Historia de la vida y hechos del ínclito monarca, amado y santo D. Felipe Tercero” (publicado póstumamente en 1771) escribía acerca de su muerte:
“Fue Príncipe muy amado del Pueblo, y de su Nobleza, y hasta los niños hicieron en la Corte extraordinarias demostraciones, haciendo procesiones con los pies descalzos, y en los Conventos y Parroquias se dixeron muchas Misas, y se hicieron señaladas rogativas. Era Principe muy dadivoso y callado; y lo que dexó a la posteridad fue la memoria de su nombre, y la esperanza de lo mucho que fuera, si el Cielo le diera mas vida”.
Por su parte, Bocángel Unzueta lo celebra por la grevedad de su juicio diciendo:
Nunca le mereció los dos oídos
Primer informe, ni uno el lisonjero.
Sin embargo, según las sátiras de la época, este amor del pueblo por el infante don Carlos no fue compartido por Felipe IV, al que le acusaban de preferir al Conde-Duque de Olivares sobre sus hermanos, por lo cual éstos le aborrecían:
Prosigue, y no te espantes,
Viendo que te aborrecen los infantes;
Pero con gran cordura
Traza su muerte, y tu quietud procura,
Procediendo de espacio,
Y por ti solo quedará el palacio (2)
A pesar de su timidez, don Carlos, al igual que sus hermanos Felipe y Fernando, fue también amante del sexo femenino y conocidas fueron sus diversas aventuras galantes. Aunque no he podido encontrar información que lo atestigüe, parece obvio que de alguna de estas relaciones pudo haber nacido algún hijo ilegítimo. A este respecto merece destacar un curioso episodio acaecido durante el verano de 1644 en Madrid y al que los madrileños prestaron gran atención. El hecho hace referencia a un proceso legal emprendido contra un joven que decía descender del infante don Carlos. José Pellicer de Ossau, en sus “Avisos”, lo describía como una persona que se conducía y se comportaba como noble: “el traje decente y las acciones todas mostrando majestad. La habla espaciosa y grave […] habla poco y medido”. La justicia lo declaró loco por orden de Felipe IV y lo obligó a despojarse de sus ropas nobles e internarse en un manicomio de Toledo vistiendo “un sayo ajironado de muchos colores y justo de Botarga con su capirote y cascabel”. (3).
Don Carlos fue además persona de gran ingenio y amante de la poesía. Suyos son los siguientes versos titulados “A Anarda”:
¡Oh! Rompa ya el silencio el dolor mío,
Y salga de este pecho desatado;
Que sufrir los rigores de callado
No cabe en lo que siento, aunque porfío.
De obedecerte, Anarda, desconfío,
Muero de confusión desesperado;
No quieres que sea tuyo mi cuidado,
Ni dejas que yo tenga mi albedrío.
Mas ya tanto la pena me maltrata,
Que vence al sufrimiento; ya no espero
Vivir alegre; el llanto se desata,
Y otra vez de la vida desespero;
Pues si me quejo, tu rigor me mata,
Y si callo mi mal, dos veces muero.
Este soneto se imprimió entre las obras de don Luis de Ulloa Pereira (1584-1674) con este epígrafe “Soneto del señor infante don Carlos, cuando se ignoraba que tuviese aficion a los versos”. Por su parte, don Juan José López de Sédano en el séptimo tomo de su “Parnaso español” (1773), se equivocó al creerlo obra del rey Carlos II titulándolo “Soneto del señor Rey Don Carlos II. que compuso siendo Infante, y se halla entre las Obras del mismo Autor”.
Lope de Vega en su “Égloga panegírica al epigrama del serenísimo infante Carlos”, aún implicando a la musa histórica por la identidad del homenajeado (“A honor del semideo/Carlos escribe Clío”) anuncia un canto de argumento amoroso (“Cantarán dos pastores/ a desdenes de amor versos de amores”). Los “versos de amores”, sin embargo, no remiten sino al soneto (“epigrama”) escrito por el infante don Carlos, dedicado al desdén de Anarda, y que ahora Tirsi encarece a Silvio:
[…]
TIRSI
Pues ¿cómo por allá te detenías?
SILVIO
Por escuchar de algunos cortesanos,
No ya fragmentos de ignorancias mías,
Sino divinos versos, aunque humanos,
Tan dulces para mi gustoso cebo,
Que estático medó los aires vanos;
Epigrama de un ínclito mancebo,
Que pudiera vencer el desafío
[…]
TIRSI
Que le había de abrir llave de plata
Y cerrarle después con llave de oro,
A Adonis la belleza, el arco a Febo.
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!
Con dulce exclamación de Anarda amante,
Buscaba entre sus gracias su albedrío;
Yo, hurtando el eco al aire circunstante,
Las razones bebí por el oído,
Y a los aplausos atendí constante,
Daba el lector al verso igual sonido;
[…]
Pero no sólo Lope hizo alusión a los versos de don Carlos. Como se citó en la anterior entrada, también don Pedro Calderón de la Barca, José Pellicer de Ossau o Juan Pérez Montalvan, hicieron alusión a los mismos en sus homenajes literarios al infante fallecido. Por otra parte, Adolfo de Castro (4) atribuye también al infante el siguiente soneto titulado “A la fiera que mató Felipe IV”, pero que no quiso don Carlos que en el mismo figurase su autoría, de tal forma que de su orden negó don José Pellicer de Ossau que fuera suyo el soneto:
De horror armado, de furor ceñido,
Valiente lidia, a mas victoria alentó,
El bruto victorioso, cuyo intento
De más alto poder fue resistido.
Feroz en la campaña es ya temido,
A toda fiera alcanza el escarmiento;
Mayor aplauso debe al vencimiento,
Pues fue la causa de quedar vencido.
Los postreros amagos de la vida
Se vieron antes que la ardiente llama
Ejecutase el golpe de la herida.
Creció la admiración, creció la fama,
Y el aplauso común, en voz de vida,
Deidad te adora, vencedor te aclama.
Por último, sería interesante destacar el papel político jugado por don Carlos. Es bien conocido el escaso interés del Infante por los temas políticos a pesar de que muchos nobles desafectos con el régimen olivarista trataron de aglutinarse en torno a su persona para crear un frente de oposición contra el gran valido, en especial los pertenecientes a la facción de los Sandovales del anterior valido, Duque de Lerma, como hemos visto en las anteriores entradas. Sin embargo, no se puede negar que hasta el nacimiento del príncipe don Baltasar Carlos en 1629, es decir, durante los 8 primeros años del reinado de Felipe IV, la figura de don Carlos tuvo una importancia política fundamental (aún de manera indirecta), como heredero potencial a la Corona que era ante la ausencia de hijos de su hermano el Rey. En este papel de heredero potencial (aunque no jurado como tal, ante la esperanza del nacimiento de un hijo varón), don Carlos acompañó a su hermano Felipe IV en los diversos viajes que éste realizó al inicio de su reinado: en 1624 acompañó al Rey en la jornada de 69 días que Olivares organizó por su Andalucía natal (primera ocasión en todo el siglo XVII en que un Rey visitó las ciudades del sur); en 1626 acompañó a su hermano en el viaje de 4 meses a la Corona de Aragón para convocar las cortes aragonesas, valencianas y catalanas; y finalmente en 1632, para inaugurar nuevamente unas cortes catalanas.
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QUEVEDO:
Tu alta virtud, contra los tiempos fuerte,
Tanto, Don Carlos, dilató su vuelo,
Que dió codicia de gozarla al cielo,
Y de vencerla al brazo de la muerte.
Si puede donde estás de alguna suerte
Entrar cuidado de piadoso celo,
Mira envidioso y lastimado al suelo,
Anegado en las lágrimas que vierte.
Si el cielo adornas vuelto estrella hermosa,
Cual ojo suyo puedes ver el llanto
Que de los nuestros es razon que esperes.
Pues segun fue tu vida generosa,
No dudo que tu pie en el coro santo
Pise estrellas , si estrella en él no fueres.
Fuentes principales:
* Aldea Vaquero, Quintón: “El cardenal-infante don Fernando o la formación de un príncipe de España”. Real Academia de la Historia, 1997.
* Castro, Adolfo de: “Poetas líricos de los siglos XVI y XVII”. Tomo II. Madrid, 1857.
* Elliott, J. H.: “El conde-duque de Olivares”. Crítica, 2004.
* López Bueno, Begoña: “La égloga, VI Encuentro Internacional sobre Poesía del Siglo de Oro”. Universidad de Sevilla-Grupo P.A.S.O. Sevilla, 2002.
Notas:
(1) Gil González Dávila (1570-1658), fue cronista de Castilla e Indias durante los reinados de Felipe III y Felipe IV.
(2) “La cueva de Meliso” (ms.), sátira en verso contra el Conde-Duque, atribuida por unos a Quevedo y por otros a Francisco de Rioja.
(3) El caso del presunto hijo del infante don Carlos los cuenta Pellicer en sus “Avisos históricos”, ed. Enrique Tierno Galván (Madrid, Taurus, 1965).
(4) Castro, Adolfo de: “Poetas líricos de los siglos XVI y XVII”. Tomo II. Madrid, 1857. P. 51.