El archiduque Leopoldo Guillermo, obra de David Teniers (h. 1652). Kunsthistorisches Museum.
La Corte de Bruselas mostró una evolución apreciable tras la llegada del archiduque Leopoldo Guillermo. Felipe IV le concedió poderes mucho más amplios que por ejemplo a su hermano, el cardenal-infante don Fernando. El nuevo gobernador los usaría más que nada para liquidar la influencia política de Pierre Roose, criatura del Conde-Duque de Olivares (1). Varias cuestiones oponían a ambos hombres. Las más importantes eran, en primer lugar, que Roose representaba el absolutismo de viejo cuño, convirtiendo al gobernador general en una simple correa de transmisión de las órdenes de Madrid; la segunda que no simpatizaba para nada con los jesuitas (Leopoldo Guillermo, devoto de la Compañía como su padre y hermano, le acusaría de ser jansenista); así como la conveniencia de suprimir las licentas, hecho que le enfrentó con un gobernador nada amigo de la apertura comercial, ni en general de las actividades económicas, tenidas por muy deshonrosas. Por ejemplo, en agosto de 1654, Leopoldo Guillermo volvió a emitir un decreto de 1616 haciendo perder la nobleza a quienes se dedicasen a actividades económicas incompatibles con ella, es decir, casi todas. Las necesidades económicas, pero también la conveniencia de hacerse con una clientela fiel, multiplicaron la venalidad o venta de oficios, práctica inconcebible a los ojos de Roose. Si además se suma a lo precedente las eternas querellas entre facciones de la Corte, se obtiene como resultado a un ministro apartado día a día de sus funciones. El 3 de noviembre de 1653, Felipe IV le quitó el cargo de Jefe Presidente del Consejo Privado de Bruselas. Roose reclamó a Madrid, pero sin resultado. Su estrella política no volvería a brillar más. La entrada de don Juan José de Austria como nuevo gobernador general en 1656, para nada cambió las cosas. Pierre Roose moriría el 27 de febrero de 1673, ocho años después de aquel Rey a quien había servido hasta el extremo.
El archiduque Leopoldo Guillermo tenía a su favor no sólo el parentesco con Felipe IV, sino también su competencia en asuntos militares, frutos de sus años de general al mando de las tropas imperiales. Apoyado por el Príncipe de Condé, que se había pasado al bando español tras los sucesos de la Fronda, obtuvo importantes éxitos militares como la toma de Dunkerque y Gravelinas en 1652. Este hecho se sumó a la buena nueva de la capitulación de Barcelona en manos de don Juan José de Austria, lo que significaba el fin de la insurrección catalana de 1640, pero no el final de la guerra contra Francia en la frontera norte de Cataluña. Pero las conquista llevadas a cabo como consecuencia de la entrada en territorio galo se perdieron poco después. A partir de 1653 el Príncipe de Condé permaneció al servicio del Rey Católico, mientras que el mariscal Turena se convirtió en el principal general de las armas francesas, ayudando a expulsar a las tropas españolas de Francia. Entre 1653 y 1654 Condé fue obligado a abandonar varias plazas en Champaña y Lorena. En el verano de 1654 Leopoldo Guillermo y Condé deciden lanzar una ofensiva para recuperar Arrás, capital del País de Artois y llave de todas las conquistas hechas por Francia más allá de sus fronteras a partir de 1635. Sin embargo, el 25 de agosto Turena lanza un ataque masivo contra las tropas hispanas que caen derrotadas y se ven obligadas a huir. A partir de ese momento el conflicto se convierte en una guerra de desgaste en el Hainaut.
El año 1655 fue desastroso para la Monarquía Hispánica debido al avance de Turena sobre un Flandes asolado por la peste (que castigará duramente los Países Bajos hasta 1657) y la conquista inglesa de la isla de Jamaica (2). Además, la República de Inglaterra, gobernada con mano de hierro por el Lord Protector Oliver Cromwell, se alió con la portuguesa Casa de Braganza en su lucha secesionista contra Felipe IV. De este modo, al Rey Católico no le quedó otro remedio que declarar la guerra también a Inglaterra. Por otro lado, la Monarquía Católica sacó muy poco provecho de la debilidad francesa a causa de la Fronda, finalizada en 1653. Aunque se ganó Dunkerque, una explosión fortuita de pólvora destruyó Gravelinas casi en su totalidad. El Ejército de Flandes se encontraba además en una situación lamentable, con soldados hambrientos, en harapos y desprovistos de armas y municiones, que se veían obligados a realizar acciones de pillaje contra la población civil para poder sobrevivir. Este hecho, así como la premura de las campañas, hicieron entrar en el Ejército de Flandes a tropas protestantes, ante el escándalo de catolicísimo Leopoldo Guillermo.
Las relaciones del Archiduque con el Príncipe de Condé fueron desastrosas por las exigencias y atribuciones políticas del francés, que actuaba como si el gobernador general fuese él mismo. Sólo conocieron una breve tregua con la llegada a Flandes de la reina Cristina de Suecia, que había abdicado en septiembre de 1654, siendo recibida por lo más encumbrado de la sociedad flamenca en agosto del año siguiente. El entendimiento con Condé no mejoraría tampoco con el sucesor de Leopoldo Guillermo en el gobierno general de los Países Bajos, don Juan José de Austria.
Las instrucciones enviadas desde Madrid al archiduque Leopoldo Guillermo le insistían en la buena correspondencia que debía de tener con los holandeses, cuya asistencia debería pedirse contra el enemigo inglés. Todo ello a través del embajador en La Haya, que por aquel entonces era don Esteban de Gamarra. La Monarquía Hispánica encontró un aliado natural en unas Provincias Unidas temerosas de una Francia demasiado agresiva y a las que interesaba que los Países Bajos Españoles formasen una especia de barrera defensiva, a lo que se sumaba el mal entendimiento con Londres y Lisboa. Por otra parte, el gobernador general y el embajador en La Haya debían velar por el buen entendimiento con Dinamarca, contrapeso de Suecia en el Báltico a pesar de su pacto con Holanda en 1653. Por otro lado, Felipe IV instó a reducir el ejército a las posibilidades de la hacienda, a causa de la dificultad en el pago de los efectivos.
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Fuentes principales:
* Echevarrái Bacigalupe, Miguel Ángel: “Flandes y la Monarquía Hispánica”. Silex Ediciones, 1998.
* Vermeir, René: “En Estado de Guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648”. Servicio de publicaciones de la Universidad de Córdoba. 2006.
Notas:
(1) Pierre Roose era un letrado de Lovaina que había estado en Madrid en 1628. A comienzos de 1630, Roose entró a formar parte del Consejo Privado en Bruselas, llamándosele de nuevo a Madrid a finales de año. El Conde-Duque de Olivares veía en él a un hombre de su gusto, decidido, leal y firme partidario de la disciplina y la autoridad. Roose había de convertirse en el instrumento elegido para restaurar el buen gobierno en las provincias leales de los Países Bajos, y cuando regresó a Bruselas en 1632 para hacerse cargo de la presidencia del Conseil Privé, contaba contaba con la seguridad de que el Conde-Duque iba a respaldarlo contra viento y marea. Sin embargo, la caída de Olivares no haría sino empeorar progresivamente su situación.
(2) Para saber más sobre el problema de Jamaica consúltese Fernández Nadal, Carmen María: “La política exterior de la monarquía de Carlos II. El Consejo de Estado y la embajada de Londres (1665-1700)”. Ateneo Jovellanos. Gijón, 2008.