Sin embargo, como afirma la profesora Castilla Soto (1), la convocatoria de las Cortes aragonesas traería de su mano un enorme agravio comparativo frente a otros territorios, singularmente Castilla, Valencia y Cataluña.
Este viaje del rey Carlos a tierras aragonesas, a parte de la histórica obligación de los monarcas, tiene su origen en una embajada de aragoneses que vinieron a la Corte a solicitar la presencia regia en Zaragoza:
“...vinieron embajadores de Aragón, como consecuencia de que el Rey fuese a jurar sus fueros para poder ejercer jurisdicción en aquel reino. Hablan al Rey representándole sus razones con las cartas de creencia y memoria, pidiendo que se remita al Consejo de Estado...” (2)
El Rey, a través de la sugerencia de su hermano, y atendiendo a las peticiones de los diputados del Reino, tras la precedente consulta al Consejo de Aragón, mandaba convocar las Cortes del Reino para la primavera de 1677, a cuya apertura acudiría él mismo en persona para jurar observar sus fueros y libertades.
Fueron muchas las razones que abrazaban tal empresa. En primer lugar, la presencia del bastardo juntamente con la del Rey en aquellas sus queridas tierras aragonesas venía a generar el aplauso general de los regnícolas, los cuales veían en don Juan José a un defensor de sus fueros e intereses. Después de todo lo acontecido en tiempos pretéritos, el hecho de ver ahora al Rey convocar Cortes en Aragón, manifestando además a través de su expuesto interés para “pasar después de los demás reinos”, cuando se lo permitiesen, eso sí, los muchos trabajos universales de la Monarquía, provocaba en las gentes de aquella Corona un gozo generalizado.
Se pensaba, una vez más, que había llegado el momento tan ansiado de aquella anhelada armonía entre el absolutismo regio y el foralismo de los reinos periféricos, en donde del sangriento enfrentamiento de la Guerra de Secesión Catalana se pasaba ahora a una etapa de encuentro basado en el diálogo y el consenso (3).
Con todo, la llamada Jornada de Aragón, que se desarrollaría a lo largo de los meses de abril a junio de 1677, vino a configurarse como uno de los más significativos aciertos políticos de cuantos tuviese don Juan durante su gobierno, y en el que sin lugar a dudas consiguiría cimentar las relaciones entre la Corte y los territorios periféricos. Mientras, en Madrid, comenzaban el descontento y las críticas hacia su persona. Detrás estaban sus enemigos políticos, muchos de ellos circundando o asentados en la Corte paralela en que se había convertido la ciudad de Toledo, residencia de la Reina madre.
Con motivo de la Jornada de Aragón, doña Mariana pidió al embajador imperial en Madrid, Conde de Harrach que durante su “representación” con don Juan le hiciera la petición de encontrarse con su hijo antes de que éste emprendiera tan largo viaje del que podía regresar enfermo o incluso moribundo. La Reina sabía que era poco probable que le consintiera ver a Carlos, sin embargo, y a pesar de todo quería saber cómo había organizado su hijo el viaje y cómo iba a quedar el gobierno mientras tanto, pues durante aquella ausencia de don Juan y el monarca, podía ponerse en contacto con la Corte de Madrid y aprovechar la coyuntura para reforzar su partido, peligrosamente debilitado, pero que podía resurgir en cualquier momento si los planes políticoreformistas de don Juan José fracasaban.
Quedaba el gobierno de Madrid confiado al cardenal Pascual de Aragón, al presidente de Castilla, al Duque de Alba y al Conde de Medellín. El viaje hacia tierras aragonesas, que se se retrasó a causa de uno de los tantos episodios de malestar que experimentaba con frecuencia el joven monarca, permitió a Carlos II conocer de primera mano a quellos súbditos no cortesanos. En su trayecto visitaría los palacios de algunos grandes señores, como el de Guadalajara, perteneciente al Duque del Infantado; pernoctó en las casas cosistoriales de muchas localidades; le agasajaron los diputados de diversas jurisdicciones, visitó iglesias, conventos y monasterios. Un largo viaje en el que gozaría de su afición a los toros, de los ejercicios de equitación y de su pasión por el ritual de las ceremonias religiosas.
Nada mejor que seguir a Fabro Bremundán, criatura de don Juan, en su obra “Viage del Rey Nuestro Señor Don Carlos II al Reyno de Aragón. Entrada de Su Majestad en Zaragoza, juramento de los Fueros y principios de las Cortes Generales del mismo reino, el año de 1677” (4), para conocer el día a día de los lugares y paradas que realizó la regia comitiva, además de los fastuosos recibimientos que el Rey y sus acompañantes iban recibiendo de sus súbditos castellanos y aragoneses, tanto en el viaje de ida a tierras de Aragón, como en el de vuelta, sin olvidar un cambio de última hora como fue el trasladar la reunión, inicialmente prevista para la localidad de Calatayud, a la de Zaragoza.
Narra Fabro como el 21 de abril , según lo determinado (quedando ajustadas las jornadas en 9 de camino y una de descanso en las 50 leguas que hay de Madrid a Zaragoza) partió la comitiva de Su Majestad, a las 10 de la mañana por la puerta de palacio, aquella que era conocida con de la Priora, a fin de evitar el concurso popular, aunque no es menos cierto que una masa significativa de súbditos les acompañarían los primeros kilómetros de viaje.
El 25 de abril las Guardias del Reino de Aragón estaban apostadas cincuenta pasos adentro de la frontera con Castilla, encabezadas por su capitán Alberto Arañón y su yerno Sancho Abarca. Entre las seis y las siete de la mañana apareció el liberado rey Carlos, "muy contento a descubrir su Reyno de Aragon" para jurar sus fueros, junto al nuevo primer ministro Juan José de Austria. Las tropas rindieron honores a su Rey natural, los oficiales le besaron humildemente la mano. El ciclo se estaba cerrando.
Finalmente el Rey hacia su entrada triunfal en Zaragoza el 1 de mayo, acompañado de su séquito de cortesanos y de las autoridades de la ciudad y el Reino. Cabalgando a través de las decoraciones efímeras que la ciudad había dispuesto en honor de Carlos II, la comitiva se dirigió hasta la Iglesia del Salvador, más conocida como La Seo, Una vez dentro y tras un Te Deum, el Rey juró los Fueros:
“...Don Geronimo de Villanueva Fernandez de Heredia, Marques de Villalba, del Consejo de Su Majestad, y su Protonotario de los Reynos de la Corona de Aragon, leyò el Iuramento en voz alta, è inteligible, y como acabava de leer, bolviò Su Majestad el Estoque al Duque de Hijar, y se arrodillò en un Sitial, puesto delante del Trono, tocando el Misal, y la gran Cruz de oro de la Seo, dedicada a este ministerio, y el Iusticia de Aragon en piè, aunque inclinado para tener el Misal de la mano, dijo al Rey: Asi lo jura V.Majestad? A que respondiò en voz alta: Asi lo juro...”
Acto seguido, y respondiendo a sus obligaciones derivadas del cargo que ostentaban, el Protonotario de Aragón pidió licencia para hacer el correspondiente auto certificando el juramento, como también hizo lo propio don Juan Lorenzo Sanz, notario que era de las Cortes, para que de ellos constase al Reino. Tras ello, el 2 de mayo, los diputados se acercaron a dar las gracias por haber jurado los fueros, protocolo que también cumpliría un día después el cabildo metropolitano, además de los jurados y el concejo, como así mismo la asamblea de la religión de San Juan.
En este momento se va a producir, además, un importante cambio en cuanto a la reunión de las Cortes. Sobre ello nos relata Fabro: “habiéndose (como queda dicho a su lugar) intimado de orden del Rey, las Cortes, en Calatayud, y comenzando ya muchos de los convocados a obedecer su real mandado, sin embargo, atendiendo Su Majestad a las representaciones de Zaragoza y otros tribunales, apenas llegado, mudó la primera disposición en congregarlas, en esta última ciudad...para el día catorce del mismo mes de mayo”.
De esta forma, el 14 de mayo el Rey abría unas Cortes que se celebrarían en el salón de San Jorge de las casas de la Diputación y que se prolongarían durante nueve meses. Durante el transcurso de las mismas se trataron diversos temas de los cuales me haré eco en una futura entrada dedicada en específico a ellas por la importancia que revisten.
La estancia regia en la capital maña se prolongaría hasta el 2 de junio cuando acompañado de su comitiva se dirigiría de nuevo a Madrid.
Aquel viaje, a pesar de las pretensiones iniciales por parte de don Juan de evitar gastos superfluos, vino a significar un importante coste económico, contabilizado en 34.694 escudos de plata y 28.315 de vellón, importando ambas partes, reducidas a vellón, un total de 80.356 escudos de a diez reales que hacen 13.392 doblones y 40 reales de vellón que corresponden a 252 doblones al día, en los 53 que duró aquella jornada (5). Sin embargo y a pesar de todo, las Cortes supusieron un éxito para los partidarios de don Juan que recibirían multitud de mercedes reales, que consistieron en dos títulos, doce caballeratos, ventitres hábitos, cuarenta y cinco pensiones monetarias, cuatro plazas de gobiernos y dos encomiendas de Indias, una plaza futura de virreinato, tres oficios para la Casa del Rey o de Don Juan, plazas en Italia, mandos de compañías (6). De esta forma don Juan cumplía con su deber moral para con aquellos que le habían ayudado a llegar al poder.
Además esta celebración de Cortes hizo crecer las esperanzas de los otros reinos forales de la Corona (Valencia y Aragón) de ser premiados también con la presencia regia, hecho que, sin embargo, no se produjo y acabó creando en los mismo un ambiente de crispación con el gobierno juanista.
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Fuentes principales:
* Alvarez-Ossorio Alvariño, Antonio: “Fueros, cortes y clientelas: el mito de Sobrarbe, Juan José de Austria y el reino paccionado de Aragón (1669-1678)”. Pedralbes: Revista d'historia moderna, ISSN 0211-9587, Nº 12, 1992.
* Oliván Santaliestra, Laura: “Mariana de Austria en la encrucijada política del siglo XVII”. Universidad Complutense de Madrid, 2006.
* Ruiz Rodríguez, Ignacio. “Don Juan José de Austria en la monarquía hispánica : entre la política, el poder y la intriga”. Dykinson, S.L. - Libros, 2008.
(1) Castilla Soto, Josefina: “Don Juan José de Austria, su labor política y militar”. Madrid, 1992, pp. 270 y ss.
(2) A.H.N., Estado, Libro 880.
(3) De aquí podemos decir que parte el discurso de la historiografía clásica sobre el llamado Neoforalismo del reinado de Carlos II. El concepto “neoforalismo” es un término que viene a significar la reactivación política de los territorios de la Corona de Aragón, en relación con las instituciones principales de la Monarquía, pero que ha sido bastante relativizado por la actual historiografía sobre el reinado. Un ejemplo en Antonio Alvarez-Ossorio Alvariño: “Neoforalismo y Nueva Planta: el gobierno provincial de la monarquía de Carlos II en Europa” .
(4) Haciendo click sobre el título podréis acceder a la lectura completa de la obra de Bremundán.
(5) A.H.N., Estado, Leg. 4.823.
(6) ACA, CA, 1.368. en “Fueros, cortes y clientelas: el mito de Sobrarbe, Juan José de. Austria y el reino paccionado de Aragón (1669-1678)” de Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio.