En 1652 se celebró en Viena el nacimiento de la infanta Margarita, primera hija de Felipe IV y doña Mariana de Austria, con la espectacular representación de “La gara“, para lo que se trajo expresamente de Venecia al famoso arquitecto y escenógrafo Giovanni Burnacini. Éste y el autor del texto, el sacerdote italiano Alberto Vimina, dedicaron su obra al embajador español, el Marqués de Castel Rodrigo (5), quien había propuesto el tema y había colaborado con la Corte en su preparación.
El contenido de “La gara” era la disputa entre las cuatro partes del mundo por el privilegio de poder celebrar el nacimiento de la infanta española. La obra constaba de un prólogo, tres actos, cada uno con sus propios decorados, y dos entreactos de ballet. La representación de “La gara“, siendo ante todo un homenaje a la infanta Margarita, servía además para manifestar con claridad las pretensiones políticas de los Austrias de Viena, ya que a las cuadrillas que representaban la parte victoriosa del mundo, Europa, no las guiaba otro que Fernando IV, lo que representado delante del embajador español no dejaba de tener un profundo significado político y más aún con el matrimonio con la infanta María Teresa en el aire (5).
La Paz de Westfalia de 1648 que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) dejó sin resolver muchas cuestiones constitucionales en el ámbito del Imperio, que habrían de ser reguladas en la próxima reunión de la Dieta Imperial. Estas omisiones revelan, frente a la tradicional visión de la historiografía, la subyacente solidez del la posición del emperador Fernando III, a pesar de sus derrotas durante la guerra. Francia y los príncipes alemanes más radicales habían exigido una cláusula que privase al Emperador de garantizar, en vida, la elección de un sucesor, como se venía haciendo tradicionalmente: sabían que, en el pasado, la Casa de Austria había mantenido la Corona Imperial porque el propio Emperador reinante disponía y supervisaba la elección del Rey de Romanos, que automáticamente le sucedía como Emperador tras su muerte. De este modo, si el Emperador moría antes de que fuese establecida la sucesión, los candidatos de la Casa de Austria estarían mucho peor situados para sucederle. Los más radicales veían en esto una oportunidad para romper los tradicionales lazos entre la Casa de Austria y el Imperio. Unieron a esto las “Capitulaciones”, una carta constitucional que todo nuevo emperador tenía que firmar. Exigieron, además, la inclusión en los tratados de una carta revisada, destinada a recortar aún más la autoridad imperial. Sin embargo, Fernando III se salió con la suya ya que obtuvo que aquellas cuestiones fueran dejadas para la Dieta.
E 1652 Fernando III convocó la Dieta Imperial. Cuando la declaró abierta, en junio de 1653, en la casa del ayuntamiento de Ratisbona, a su lado se sentaron siete electores o sus delegados: los tres electores protestantes de Sajonia, Brandenburgo y el Palatinado, y los cuatro católicos de Baviera, Maguncia, Colonia y Tréveris. Al fondo de la sala, frente al Emperador, estaban los representantes de las ciudades imperiales. Una cláusula de los Tratados de Westfalia les había prometido, vagamente, más poder y el derecho a un voto que debería ser tenido en cuenta antes de que los otros Colegios presentasen una resolución en la Dieta al Emperador, pero esto no se vio confirmado. Finalmente, estaban también representados unos 70 príncipes del Imperio, que al igual que el Colegio de Electores, estaba formado por miembros civiles y eclesiásticos. Un buen número de políticos en esta Dieta estaba decidido a no permitir que las mayorías se impusiesen a las minorías. Las maniobras políticas no tardaron en poner de manifiesto la fuerza de los conservadores.
La apertura de la Dieta había sido aplazada, en parte porque Fernando III invitó a los Electores a que se reuniesen con él previamente en Praga, con el fin de encomendarles que eligiesen a su hijo mayor, el Rey de Hungría, como Rey de Romanos. Francia, mucho más débil que en 1648, no tenía fuerzas para intervenir. Los cuatro Electores católicos eran fieles a la Casa de Austria, al igual que, como tradicionalmente, el protestante Elector de Sajonia. Por su parte, el Elector Palatino, que había entrado a formar parte del Colegio Electoral por la Paz de Westfalia, se conformó con una halagüeña bienvenida, después de los duros años de exilio (6). Pero, sobre todo, Fernando III se atrajo a Federico Guillermo de Brandenburgo, al apoyarle contra Suecia. Se negó a reconocer formalmente el reciente derecho de la Reina de Suecia a sus nuevas posesiones dentro del Imperio, ni a admitir a sus delegados en la próxima Dieta, hasta que el gobierno sueco accediese a retirarse de las zonas de la Pomerania reivindicadas por Brandenburgo. Los ministros de la reina Cristina de Suecia acabaron cediendo, y los Electores prometieron votar a Fernando IV como Rey de Romanos. La elección de Fernando IV tuvo lugar en Augsburgo, siendo coronado en Ratisbona el 18 de junio de 1653 por el Arzobispo de Maguncia y Príncipe Elector, Johann Philipp von Schönborn. Esta ceremonia sufrió más dificultades que la elección. El Arzobispo de Colonia y también Elector, Maximiliano Enrique de Baviera, protestó contra este hecho, pretendiendo que el derecho de consagrar al Rey de Romanos le pertenecía a él. Ambos arzobispos electores introdujeron hombres armados en la Iglesia en el momento de empezar la consagración. Era de esperar un combate, pero el Emperador lo evitó rogando a Maximiliano Enrique que por aquella vez cediese a su colega el honor en cuestión, prometiendo que esto no sentaría precedente para lo sucesivo. Maximiliano Enrique accedió con desagrado a la demanda de Fernando III y se marchó sin despedirse. Posteriormente, el Arzobispo de Maguncia, coronó no sólo al nuevo Rey de Romanos, sino también a la emperatriz Leonor, segunda esposa de Fernando III. Sea como fuere, los reformadores, que habían tratado de aplazar la elección del próximo emperador hasta después de la muerte de Fernando III y de reelaborar las capitulaciones antes de elegirle, estaban derrotados.
Tras la coronación, el Emperador, el Rey de Romanos y toda la Corte se embarcaron para bajar por el Danubio hasta Viena, a donde llegaron el 24 de mayo de 1654. Poco tiempo después, Fernando IV cayó enfermo de viruelas muriendo el día 9 de julio de ese mismo año a la edad de 20 años.
Tras la muerte del Rey de Romanos, el Emperador dio, el 27 de julio de 1655, a su segundo hijo, el archiduque Leopoldo Ignacio (futuro emperador Leopoldo I), que sólo tenía 14 años, el título de Rey de Hungría y le hizo coronar Rey de Bohemia el 14 de septiembre de 1656, para lo cual lo había llevado a Praga, de donde le hizo volver inmediatamente para Viena.
Tras la muerte de Fernando IV, su padre Fernando III no pensaba en otra cosa que en asegurar la sucesión imperial para su hijo Leopoldo, pero la muerte se lo llevó el 2 de abril de 1657 sin haberlo conseguido. La muerte del Emperador antes de que los electores hubieran optado por su hijo Leopoldo para sucederle, dio la oportunidad de su vida al cardenal Mazarino para fortalecer finalmente la hegemonía francesa en Europa. Sin embargo, Leopoldo contaba con el importante apoyo de su tío Felipe IV que exigía la sucesión de Leopoldo I para preservar lo que aún persistía de la influencia de la Casa de Austria en Alemania. Sin embargo, Mazarino necesitaba que aquella candidatura fuese rechazada y por ello señaló a los príncipes alemanes que Leopoldo aspiraba a la herencia de España y pretendía la mano de la infanta María Teresa: ellos, como los franceses, habían sido perjudicados por la funesta asociación del Imperio con España desde tiempos de Carlos V. Les apremiaba a tener en cuenta a Luis XIV o al Elector de Baviera para el título imperial. Sin embargo, no pudo impedir la elección de Leopoldo como emperador el 18 julio de 1658 en Frankfut y la consiguiente satisfacción de los intereses de la Casa de Austria.
Fuentes principales:
* Sommer-Mathis, Andrea: “Teatro de la gloria austríaca. Fiestas en Austria y los Países Bajos”. SEACEX.
* Stoye, John: “El despliegue de Europa (1648-1688)”. Siglo veintiuno editores, 1974.
* “Historia del emperador Carlos VI y de las reboluciones que sucedieron en el Imperio en el reynado de los Principes de la Casa de Austria, desde Rodulfo de Habsbourg hasta el presente. Con la diferencia que sobrevino entre la Reyna de Ungria, y el Rey de Prusia sobre la Silesia” traducido al castellano por don Jacinto Lisasueta.. Tomo I. Madris, 1742.
Notas:
(1) Vermeier, René: “En estado de guerra. Felipe IV y Flandes (1629-1648)”. Universidad de Córdoba, 2006. Pag. 262.
(2) Jorge Rácóczi (1593-1648), fue Príncipe de Transilvania desde 1630 hasta su muerte. Aliado de suecos y franceses durante la Guerra de los Treinta Años, en 1644 inició una campaña contra Fernando III en el norte de Hungría, pero cuando se dirigía hacía Viena, el Sultán Otomano, de quien era tributario, se lo prohibió. En 1645 firmó la paz con el Emperador a cambio de las siete provincias del Tisza.
(3) BNM. Mss. 11027. (n.336r- 339v).
(4) Arellano, Ignacio: “Estructuras dramáticas y alegóricas en los autos de Calderón”. Universidad de Navarra, 2001. Pag. 142.
(5) Sommer-Mathis, Andrea: “Teatro de la gloria austríaca. Fiestas en Austria y los Países Bajos”. Pag. 8.
(6) Por la Paz de Westfalia se creó un nuevo puesto en el Colegio de Electores para Carlos Luis, el hijo mayor de Federico V del Palatinado, aquel que había aceptado la Corona de Bohemia tras la revuelta de los Estados protestantes bohemios contra el emperador Fernando II dando inicio a la Guerra de los Treinta Años, y que había perdido la Batalla de la Montaña Blanca en 1620. Carlos Luis regresó de su exilio en Inglaterra, gracias a la presión holandesa y sueca, para gobernar, desde el ruinoso castillo de Heidelberg, su patrimonio, que se extendía a lo largo del Rhin y del Néckar; pero Maximiliano de Baviera, el victorioso adversario de su padre, conservó el Alto Palatinado y el antiguo título electoral que había pertenecido a los antepasados de Carlos Luis.